Soledad que se siente incluso sino se percibe el paso del tiempo

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Se quedó en medio de su claro de bambú sintiéndose ansioso. No sabía cuánto había pasado pero el horario con el que el joven protagonista llegaba a hacerle compañía había pasado.

Sabía que el día llegaría. No tenía tantas noticias del exterior pero sus visitas podían ayudarle a recordar que la trama seguía igual que el paso de la pequeña oveja a un joven héroe. Tal vez incluso hechizando con su halo a hermosas doncellas que serían integrantes de su futuro harem.

Suspiró con un dolor invisible en su pecho que hizo a las hojas a su alrededor crugir ante la energía que lo rodeaba. La preocupación lo carcomía pero cuando intentaba alejarse del laberinto de plantas terminaba extendiéndolo.

Se rascó el cuello por la incómoda situación. Solo podía recorrer en círculos hasta llegar al mismo lugar rodeado de un constante silencio, el cual era su única compañía. Antes estos eran sus días normales, no le importaba tanto, incluso aprendió a valorar los pequeños esqueletos animales que podía encontrar alrededor del lugar. Ahora era distinto, pero sabía que no podía interferir en la historia.

Se sentó, sacándose los lentes para limpiarlos.

Aquel niño se había convertido en un adulto de noble corazón. Incluso absteniendose a veces a hablar solo para aprender sobre él. Contarle sobre su antigua vida fue emocionante, aunque los detalles no eran tan concretos como en antaño. Pensó que sería díficil contarle sobre la existencia de la realidad, aunque igual no le contó sino combino historia del mundo con pequeños detalles de su universo. Le contó su nombre, su antigua familia, y no mucho más. Lo vio más tranquilo cuando le dijo que la vida antes de llegar a su estado de muerto era algo que no sabía muy bien.

Sus recuerdos solo giraban hacia el joven demonio. Preocupado si pudo comer, o si su misión fue complicada. Ya podía imaginarlo corriendo para contar sus aventuras o con la cabeza baja como un pequeño animal que busca consuelo.

Su alma se sentía más ligera con esos pensamientos, ayudando que la energía demoníaca disminuyera, dejando que aquellos seres que habían caído en esa peligrosa trampa pudieran salir corriendo, lejos del lugar. Los animales reconocían el peligro de aquella persona atrapada, incluso lo sabían pocas personas que preferían quedarse alejadas antes de arriesgarse a caer en la locura o incluso la muerte por el exceso de energía.

El maestro del bosque de bambúDonde viven las historias. Descúbrelo ahora