capitulo 12 💚

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Todos los corazones cantan una canción, incompleta, hasta que otro corazón responde con un susurro.

PLATÓN

Cuando subimos por la escalera, hasta donde están estacionados nuestros coches, el sol está bajo en el cielo, derramando una línea dorada desde la arena húmeda hasta el horizonte. Puedo sentir el cosquilleo de la sal y la quemadura del sol en mi piel cuando me estiro para ayudar a Yibo a subir
el kayak al techo de la furgoneta. Él aprieta las cuerdas con fuerza, estiba los remos en la parte de atrás y desliza la puerta para cerrarla. Después no
se va a ningún lado. Se apoya contra un costado de la furgoneta, y yo hago lo mismo. Nos quedamos así, mirando el sol sobre el agua y dejando que el
calor del metal se hunda en nuestras espaldas. Me pregunto si está pensando lo mismo que yo: que, a pesar de nuestro acuerdo de hacer que todo sea simple, se siente como si hubiéramos compartido
más que un día.

—¿Sabes? —dice Yibo, mirando cómo el
sol se hunde en el cielo—, técnicamente hablando, el día aún no ha terminado. —Se da la vuelta hacia mí, con esa mirada de esperanza de nuevo en su rostro—. ¿Tienes hambre? Conozco una estupenda taquería. Podemos comer y entonces, tal vez...

Se detiene cuando niego con la cabeza. —No puedo. Es domingo.

—¿No comes tacos los domingos?
Me las arreglo para poner, apenas, una cara tan seria como la de él. —No. Sólo los martes.

Los dos nos reímos un poco, pero paramos rápidamente porque ambos sabemos lo que se avecina. —En realidad, desearía quedarme —digo con suavidad. Honestamente—. Los domingos hay cena familiar, y mi madre se pone muy nerviosa si no estoy allí.

—Sé lo que es eso —dice Yibo, tratando de no sonar desencantado, sin lograrlo—. No puedes faltar a esas cosas. La familia es importante.

Cuando lo miro, me lanza una sonrisa que me hace imaginar, por un momento brevísimo, que lo puedo invitar. Pero luego pienso en todo lo que iría a continuación: presentarlo, y preguntas, y él sentado en el lugar de la mesa donde Ayanga solía sentarse, y...
«Necesito irme ahora», me digo. —Muchas gracias por este día —exclamo,
tratando de sonar ligero, pero las siguientes palabras surgen abruptamente—. En realidad ha sido bonito. Todo.

La sonrisa de Yibo se desvanece un poco. —De nada.

Me aparto de la furgoneta y permanezco de pie, erguida. —De verdad, me tengo que ir.

—Espera —dice Yibo de pronto. Tal como yo lo hice ayer, como si él tampoco hubiera podido evitarlo.

Ahora tiene una expresión seria. —Escucha —dice—. Sé que antes he dicho
que sólo un día, pero eso ha sido... No he sido del todo honesto. Y ahora, si dejo que entres en el coche y te alejes de nuevo, sin decirte la verdad, me arrepentiré todo el camino a casa.

Me congelo ante las palabras: honesto y
verdad. Baja la vista por un momento, luego vuelve a mirarme a los ojos.
—De cualquier modo, te prometo que no iré a tu puerta de nuevo, por sorpresa; pero, si alguna vez decides que quieres pasar otro día conmigo..., alguna vez, tengo muchos disponibles, y... me ha
gustado éste.

—A mí también —respondo, y es todo lo que digo, porque sus palabras, y la manera en que me está mirando, envían pequeñas punzadas por todo
mi cuerpo—. Gracias de nuevo.

Él asiente, resignado, como si fuera la
respuesta para la que estaba preparado.

—Está bien, Xiao Zhan. Ha sido un
placer pasar el día contigo. —Su tono es más cortés ahora.

—Lo mismo digo. —Sonrío. Doy unos pasos hacia atrás, hacia mi coche. El corazón me golpetea con fuerza el pecho.

—Conduce con cuidado —dice Yibo. —Lo haré. Tú también.

—Descuida. Podemos seguir así por toda la eternidad, diciendo pequeñas cosas sin sentido para demorar lo inevitable, porque no es en realidad lo que ninguno de los dos quiere. Pero ambos llegamos a nuestras puertas y colocamos las manos en las manijas, como si la decisión ya se hubiera tomado.

Me pongo de puntillas, así que puedo verlo por encima del techo de mi coche, esperando un último momento. —Buenas noches, Yibo —digo.

Me lanza una media sonrisa y un rápido
asentimiento. —Buenas noches.

Luego entra en su furgoneta, cierra la puerta y enciende el motor.
Entro también en mi coche, pongo la llave en la cerradura, pero no la giro. Miro por el espejo retrovisor y veo que Yibo me lanza una última mirada. Luego arranca y, por la ventanilla abierta,
agita la mano para decir adiós. Y se aleja.

Me siento allí, en la quietud de la noche,
hasta que no puedo oír el ruido de su furgoneta, y entonces pienso en la palabra que he repetido en mi mente tantas veces: «Regresa».

Palabra que era una súplica para Ayanga.

«Regresa.»

Palabra que sé que pedía lo imposible.

«Regresa.»

Hoy la susurro: al sol que se pone sobre el océano, a la marea que se lleva los momentos que Yibo y yo compartimos en el mar.

A Wang Yibo.

Un ♥️ para 2 || Yizhan ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora