| EPISODIO II |

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Las estrellas

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Las estrellas.

¿Qué eran exactamente las estrellas?
Rho había dicho que sólo eran pedazos de roca que flotaban en el espacio, pero Zanhia no sólo creía que eran eso, ¿tal vez y era polvo estelar?, o quizás eran los copos de nieve que venían desde muy lejos para terminar en este lugar; ella no estaba segura, y no podía quedarse más con aquellas preguntas que rondaban su cabeza desde hace tiempo. Pero al haber visto aquel domo y como la luna junto con las estrellas brillaban, no saciaba su curiosidad por completo.

No recordaba en qué momento esto había despertado dentro ella, por más que intentará pensar no daba con una respuesta en concreto, quizás lo había visto en unos de sueños, pero ella nunca los recordaba al despertar. O tal vez fue cuando salió por primera vez del palacio; lo primero que noto aquella vez fue el cielo, a pesar por haber estado en aquel entonces cubierto de la ventisca, intentaba buscar que había más allá del denso viento blanco.

Había pasado ya hace meses de aquello que sólo quedaba como su propia anectoda, pues bien sabía que salir del palacio estaba prohibido, así como salir de su cuarto en la noche, deambular por los pasillos por si sola, preguntar más allá de lo que los adultos creían que era correcto y que no. A Zanhia le parecían muchas reglas que seguir y ella solo quería saber más y más, juraba no utilizarlo para un mal, pues tal como lo había dicho Epsilon, entre más conocimiento uno obtiene más poder ¿Qué pasaría con ese poder?, por el momento, a la niña no le interesaba, sólo anseaba saciar su curiosidad ante lo que se le negaba.

Zanhia observaba el techo de su cuarto, apretó entre sus dedos las cobijas que le cubrían, a pesar de permanecer a oscuras una tenue luz se colaba por debajo de su puerta iluminando muy poco su habitación, pero era suficiente para que su vista se acostumbrara a la oscuridad.
Se levantó de su cama dispuesta a obtener sus propias respuestas, tomó su abrigo para dirigirse a la puerta. Ya no aguantaba más, quería saber más y si nadie le daba aquella respuesta, lo buscaría ella sola, aunque Epsilon le regañara después.

Asomó su cabeza hacia el pasillo, asegurándose de que no hubiera nadie a esas horas; el repentino sonido del reloj central se escuchó por todo el lugar, su grave sonar hizo eco en todo el palacio a pesar de lo lejos que estaba. Si no mal recordaba, debían ser las tres de la mañana, habiendo estado alerta del sonar del reloj horas atrás.

Salió de su cuarto para cerrar con mucho cuidado su puerta, intentando hacer el menor ruido posible, ya fuera con el chirrido de esta o el golpe al ser cerrada, pero nada de eso sucedió.

La albina suspiró, el vapor rápidamente escapando de su boca; se cubrió lo mejor que pudo con su gran abrigo para empezar a caminar hacia la librería nuevamente.

Los pasillos seguían siendo silenciosos, sólo sus pasos bajo el mármol eran apenas audibles, definitivamente nadie podía escucharla a menos que estuviera a unos metros de distancia de ella.

Después de abrir algunas otras puertas, por fin estaba parada frente a las de la inmensa biblioteca, tomó la manija para empujar la puerta, la cual solo abrió un poco al escuchar su característico chirrido de madera vieja, una vez hubo espacio suficiente para entrar, cerró tras de sí la puerta con nervios, cerrando sus ojos con fuerza esperando no haber despertado a nadie.

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