| EPISODIO III |

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Sus pasos eran apresurados y firmes, odiaba que le hicieran llamar cuando estaba ocupado, ¿que acaso no habían otros Heraldos que pudieran hacer este trabajo?

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Sus pasos eran apresurados y firmes, odiaba que le hicieran llamar cuando estaba ocupado, ¿que acaso no habían otros Heraldos que pudieran hacer este trabajo?... Oh... Espera... Él solo sabía como hacerlo. Estúpidos compañeros suyos, solo eran simples peones de la Tsarista quien al chasquear sus dedos ellos estarían ahí en segundos, cumpliendo toda orden como perros fieles; y él odiaba hacerlo. No sabía hasta cuando seguiría con esta farza, pero todo fuera para sacar provecho propio, valía la pena.

Se detuvo frente a una inmensa puerta de madera reforzada con hielo, tocó dos veces y dicha puerta se abrió lentamente.
Dottore aún así no se digno a pasar, cruzó sus brazos detrás de su espalda esperando.

-Adelante -dijo una voz masculina de tono adulto y gruesa, se escuchaba harto, cansado.

Dottore caminó dentro de aquella inmensa habitación.

Al fondo había un enorme ventanal el cual permanecía abierto, el poco aire que había se colaba por este meciendo las cortinas que arrastraban en el suelo; al lado derecho había una chimenea que permanecía apagada, parecía permanecer así desde hace años atrás, la escarcha cubría parte de ella.
Mientras que al lado izquierdo, había una silla en dirección a la cama la cual permanecía cubierta por un inmenso manto blanco que se sostenía desde el techo gracias a la base de madera, cuatro pilastrones tallados decoraban en cada esquina de la cama.

En la silla permanecía sentado el primero de los Heraldos, era la mano derecha de la Arconte de Cryo y el más leal a ella de todos. Pierro.

Dottore avanzó sin romper pose, caminó tranquilamente hasta quedar aún lado de la cama observando la figura que había tras de ese manto blanco.
Colocó una mano en su pecho e hizo una reverencia.

-Majestad -Dottore sonrió para reincorporarse-. He de decir que bajo la luz de la luna acentúa aún más, hace mucho que no permanecía bajo ella.

Los otros dos claramente notaron aquel dejé falso ante las palabras del segundo Heraldo, pero nadie dijo nada, estaban acostumbrados a ello.

-¿Al fin lograste algo? -preguntó Pierro repentinamente, descansaba su barbilla en el dorso de su mano-. Ha pasado una semana desde tu último informe a la suprema Tsarista.

-Mis prototipos no pueden ser apresurados a la forma que deseas -Dottore no volteó a ver al otro hombre, pero sus palabras eran claramente dirigidas hacia él-. Un pequeño error y tendría que hacer esperar más a su majestad.

-Su reinado cesó desde hace dos meses atrás, el plan tuvo que cesar, y la deseada guerra contaré Celestia ha cesado de igual forma -la voz de Pierro era sería, había un deje de molestia pero sabía cómo ocultarlo-. ¿Y crees que esperaremos más tiempo? El reloj avanza, y la gnosis de Cryo no durará para siempre.

Ambos Herarldos se quedaron callados, pero si sus miradas pudieran matar, ambos hombres estarían sin vida en cuanto se observaron.

Una mano salió de entre el manto para extenderla frente a Dottore, quien de inmediato tomó aquella mano huesuda y con pocas arrugas, estaba pálida casi llegando a los tonos grises, parecía la mano de una anciana la cual le hubiesen drenado la mayoría de su sangre.

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