Capítulo 2

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Llegaba tarde. El jefe del club me había citado una hora antes en su despacho y creía saber porqué. No era la primera vez este mes y, tal vez, eso me tenía un poco acojonado.

Corrí para coger el bus, que veía pasar a mi izquierda, directo a la parada que aún quedaba a dos calles.

Finalmente llegué al club, a las once pasadas, sudando. Por suerte no me había llevado puesta la ropa de trabajo, la había dejado allí la noche anterior y no la guardaría hasta el final de mi turno.

Subí las escaleras hasta el segundo piso de dos en dos y me detuve al llegar a la puerta de mi jefe. Un puerta de madera oscura, igual que todas las de aquella planta, con un letrero dorado que señalizaba el apellido de mi superior. "Despacho del señor Kim."

Piqué sutilmente, entrando después de escuchar el permiso del otro lado de aquel trozo de madera. Parecía que mi vida estaba llena de trozos de madera.

Al entrar pude apreciar su anticuado despacho. No era la primera vez que entraba, pero me seguía sorprendiendo que un hombre que manejaba tanto dinero tuviese un despacho tan mediocre.

Me senté en la silla roñosa fente a su butaca. Al otro lado de la mesa, se encontraba tecleando con efusividad alguna cosa en su ordenador. Me ignoró para teclear sus cosas un tiempo que me pareció eterno. Cuando por fin levantó la vista no me gustó lo que ví. Sus ojos se achinaron y sus cejas se juntaron en una expresión de enfado. Bien. Estaba jodido. Lo sabía.

—Ya sabes por que estás aquí.—afirmó. Nisiquiera era una maldita pregunta. Asentí.— Eres muy buen trabajador, Hong, pero, en los últimos meses hemos vetado a muchos clientes por tu culpa.– Iba a reprochar pero hizo un gesto con la mano para que callara.— Vamos a mínimo cuatro clientes mensuales. Eso significa uno cada fin de semana, Hong. Entiendes que eso supone una perdida de dinero.

Me limité a asentir hasta cerciorarme de que no tenía nada más que decir. Entonces fue mi turno de reprochar.

—Con todo el respeto Jefe Kim, no es mi culpa que hayan clientes idiotas.— hizo ademán de reírse pero se esforzó por ocultarlo.

—Lo sé. Créeme. Lo sé bien. Yo también he estado en tu puesto cuando era joven. También sé que tú no eres precisamente de las personas que se quedan calladas. Te gusta llevarles al límite.— no pude negar ni asentir, cualquier cosa me dejaría mal. Él sabía que era verdad y yo también, entonces, tenía que callarme la boca.— Solo intenta ser más flexible.— suspiró.— Porfavor.

Asentí mientras lo rumiaba internamente. No tenía paciencia y el tipo de personas que eran vetadas del club eran las que menos aguantaba. Si no debían de estar aquí era por algo. También entendía que el dinero es dinero a cualquier costo y que, al fin y al cabo, él me pagaba. Y muy bien. Era el mejor trabajo que había conseguido en mis 24 años de vida y no iba a perjudicarme a mi mismo. Tenía más vacaciones de las que nunca imaginé. Trabajaba menos cobrando lo mismo que todos así que, no me arriesgaría a perder el puesto. Tocaba aguantar, por mucho que no quisiera.

Empezé mi turno y el resto de la noche me la pasé de mala gana. La conversación con mi jefe me había dejado mal sabor de boca. Sabía que tenía razón pero, igualmente, me enfadaba el hecho de tener que lidiar con gilipollas.

Cuando llegó mi descanso decidí salir al callejon al que daba salida la puerta trasera para empleados. Me acerqué a una esquina repleta de bolsas y cubos de basura. Me dediqué a patear un bote de basura de plástico que, parecía, más o menos limpio.

—¿Que te ha hecho el pobre contenedor?— escuché una voz grave y ronca detrás mía que me hizo salatar en mi sitio.

Al girarme lo reconocí de inmediato. Era el bailarín pelinaraja que tanto había observado en mis ratos libres en la barra. Llevaba una ropa parecida a la del dia anterior pero con camisa blanca, podía decir que le quedaba incluso mejor. Me percaté de que le estaba escaneando de arriba a abajo así que mantuve mis ojos en los suyos, como tanto me repetía Hwasa.
La cosa se dificultaba por momentos. Él clavaba sus ojos marrones en mí y parecía escrutarme el alma. ¿Alguien podía saber que pensaba con solo mirarme? Al final los ojos son el reflejo del alma. Desde luego los suyos parecían saber perfectamente que pasaba por mi mente.

I Want Big Boy Donde viven las historias. Descúbrelo ahora