2. Sorpresas de primer día

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Lunes, 8 de setiembre

Como siempre, desde que había iniciado la universidad en Nueva York, me desperté ni bien la alarma de mi celular sonó, y corrí directo a la ducha para bañarme primero que Ellen, pues mi querida prima, cómo no, no había cambiado en la eternidad que le tomaba dicha actividad. 

Ya me había acostumbrado, eso sí, a que hubiera una sorprendente selección de jabones, aceites y perfumes para un simple baño: siempre elegía el aroma a lavanda en ambos aspectos, mientras que Ellen se debatía por la ocasión que tocaba. 

En total, tardé quince minutos en bañarme, y apenas salí del baño, me encontré con que Ellen seguía roncando como un oso; desde el pasillo se le escuchaba haciendo eso o pateando las almohadas y gimiendo el nombre de Felipe.

No vivíamos lejos del campus, y podíamos irnos a pie, pero el calor en Manhattan por el día podía ser infernal, así como el frío terrible por la noche. Mejor era evitar el sudor si se quería causar buena impresión a quien fuese el nuevo profesor o profesora del primer curso. 

—¡Ay, Felipe, basta! — escuché a Ellen gemir y reír a la vez —. ¡No, otro más no, para...! 

Que mi prima soñara con Felipe no era ninguna novedad, y como me ponía en su lugar, no estaba en mi derecho de reprenderle. 

Pero era el primer día de clases, y no iba a llegar tarde porque su novio la estaba llevando al clímax en los sueños. No, sir. 

Eso último fue lo que me motivó a ir a su cuarto a paso rápido, y apenas abrí la puerta, me topé con un espectáculo que ya no era tan sorpresa a estas alturas de la vida juntas compartiendo departamento: Ellen recibiendo cosquillas y besos en el cuello de parte de un Felipe que, definitivamente, no era imaginario, y obvio, no podía ser un holograma. 

Pero, ¿cómo rayos había logrado el chico entrar a nuestro departamento?

No me quedó ninguna duda: Ellen había roto la regla de "nada de huéspedes masculinos" que teníamos de parte de nuestros padres, y lo hizo aprovechando que la visita semanal de supervisión había pasado hacía dos días. 

Tenía todo el terreno libre, así que debí esperarme algo así, porque, además, tanto Felipe como Gustavo tenían apenas una semana libre, la cual se iría volando, y era mejor aprovecharla al máximo. 

Sí, aplicaba a mí también, y me moría de ganas de ver a mi bombón iluminado por el sol veraniego de Nueva York que estaba por irse. 

Pero prioridades eran prioridades, por todos los cielos. 

—¡Buenos días! —exclamé con la voz suficientemente alta para hacerme notar.

Funcionó, porque a los pocos microsegundos, ambos "amantes fugitivos" giraron las cabezas y me miraron como si acabara de pillarlos robando una enorme suma de dinero en el banco. 

—¡Eh...Hi, darling! — saludó Ellen, con una risita nerviosa, y con su novio todavía encima de ella —. No sabía que te levantarías tan temprano...

—Es el primer día de clases, ¿recuerdas? — repuse, y me crucé de brazos cual pose de mamá. Me dirigí a Felipe —. Y tú, Felipe Albors, ¿no tienes algún otro lado dónde estar? 

El muy caradura lanzó una risita. 

—Pues, fíjate que no, actually — volteó hacia Ellen y la besó —. Se llama "estar de vacaciones", y las usaré lo mejor posible. 

—Y tú fíjate que Ellen llegará tarde a clases si no la sueltas de una vez. 

—Ay, ¡no te pongas aburrida, Angie! — se quejó mi prima, y se tapó con las sábanas, y con Felipe todavía a su lado —. Ahora, relájate, y déjame cinco minutos más...

Vivir A Tu Lado - Serie A TU LADO III [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora