El saco

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Me había olvidado el saco de nuevo. Otra vez colgado en esa silla. En esa clase. Otra vez me había olvidado el saco. Como todos los jueves.

Como todos los jueves, vuelvo a la escuela. Diría que a las once o doce de la noche. Por alguna razón papá no me deja entrar a la casa. Nos separa la puerta. Enojado. Seguro está enojado. Pero no importa. Dormiré afuera.

La noche es espesa. Muy callada. Como siempre. Y los perros me observan. Los gatos me corren. Y mis pasos no se escuchan.

Llego a la escuela y todo está cerrado. Rodeo lentamente el edificio. Sin hacer caso a los irritantes lamentos de una brisa que no llega ni a despeinarme.

Una ventana se encuentra entre abierta.

Dentro, todo es muy silencioso. Los sonidos de la noche ahora son un susurro.

Entro en la sala D del pasillo dos. Y giro la cabeza para poder divisar el abrigo que busco.

Está colgado donde siempre. En la tercera hilera. Y está muy quieto. Como era de esperarse. Me dirijo hacia él. Lo acaricio. Pero no puedo. No puedo sentir la tela suave de mi saco.

Regreso. Caminando hacia atrás. Inquieto. Confundido. Todo es extraño. Porque hay mas oscuridad que antes en la sala. Mucho más frio.

Detrás de mí escucho unos pasos. Parecen alterados. Y me asusto. Creía que era el único visitando ese lugar a esta hora.

Y ahora que me fijo, hay otro abrigo. El mío no es el único colgado en una silla. Un suéter celeste está tranquilo e inmutable en una silla al final del salón. Los pasos se siguen acercando. Suenan más fuerte.

Es ella. Una compañera de clases. Ella entra apresurada en la sala y mira hacia todos lados. Parece que busca algo. Mira el suéter. Asiente y se acerca a él. Debe de ser su suéter. Pero, ella no se ha dado cuenta de mi presencia. No me ha visto. Lo extraño es que solemos hablarnos en clase. Pero ahora ni me mira.

La llamo. Pero nada. No me mira. No se fija. Es muy extraño. No es que sea invisible.

Ella sale de la clase sin decir palabra. Camino tras ella y vuelvo a llamarla. Y no hay respuesta. Intento de nuevo. Y finalmente se da vuelta.

Muy lentamente, ella se giró para ver que era ese sonido que provenía del final del pasillo principal. Había algo de allí que la inquietaba. Y vio algo. No podía creerlo. Pero estaba viendo a su antiguo compañero de clase. Una silueta casi imperceptible. Pero estaba ahí. Saludando un su mano muy lentamente. La chica abrió los ojos como platos. Estaba muy asustada. Era imposible. Ese chico ya no existía. Había dejado de ser un humano cuando un jueves por la noche se desnucó de camino a recuperar su saco. La pobre chica se quedó sin palabras. Traumatizada y muda. No pudo moverse. El fantasma del chico seguía saludándola. Con una sonrisa espeluznante y su abrigo tendido en el suelo. 

AugeWhere stories live. Discover now