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Estaba cansado, arto, de que día a día lo atormentaran los horribles recuerdos de lo que consideró su último combate en su servicio militar. Las paredes de su casa a veces le parecían pequeñas, tan pequeñas, sentía que se asfixiaba en algunas ocasiones, y cada mañana que despertaba podía percibir cómo su sentido por vivir se marchitaba de a poco, cayendo siempre en aquél abismo de melancolía, la culpa le carcomía la consciencia cuando el sol se ocultaba, reviviendo un sin fin de veces lo que le ocurrió en Afganistán, hace unos meses atrás, en la frontera.

—Una camioneta blanca llegó a la base—

Aún podía oír con claridad las voces de ese trágico pasado.

—¿Lee, ves la camioneta blanca?—

—Se ve agitado algo anda mal, va directo a mis hombres y no me gusta— fueron las palabras exactas que dijo desde una alejada torre, él era el mejor francotirador del pelotón, y fue designado para esa tarea. —¡Dije que va directo a mi gente!—

—Permiso para disparar— habló por el comunicador, su escuadrón estaba a punto de ser atacado por lo que aparentaba ser una camioneta de entregas disfrazada, su instinto de decía que era una trampa.

—Tal vez no te enteraste pero somos espectadores— esa fue la respuesta que obtuvo, negándole el permiso.

—¡Comandante no tenemos!...— insistió pero fue interrumpido.

—A menos de que quieras una corte marcial, te sugiero que...

No pudo terminar de escuchar aquella amonestación, un grito de advertencia fue soltado antes de la catástrofe.

¡Proyectil!

Lo siguiente que recordó fue la desgarradora imagen de una explosión tan violenta y fuerte que destruyó toda la base, él fue el único sobreviviente de aquél desastre, debido a la distancia en lo alto de la torre dónde se encontraba; vió a la perfección a sus compañeros, casi hermanos morir de una forma horrible. No obtuvo otra vez una noche de sueño pacífica tras ese suceso, odiandose siempre que por no haber tirado del gatillo cuando lo creyó necesario, debío haberlo hecho, no importandole las consecuencias que enfrentaría después por desobedecer las órdenes, estaba dispuesto a enfrentar cargos en una corte si eso le devolvía la vida sus compañeros, si tan sólo pudiese volver atrás.

Cegado por el dolor, buscó su pistola en una gaveta de la cocina y la cargó con una bala, tal vez sería mejor si él también se iba a acompañar a su gente en el más allá. Con las manos temblorosas y la respiración errática dirigió el arma hasta su cien, sólo debía tirar del gatillo, cerró los ojos con fuerza, preparándose.

Hasta que escuchó un insistente golpeteo en la puerta principal. Raccionando, segundos después soltó el arma y la colocó en la mesa, dirigiéndose a la puerta con curiosidad.

—¿Quién eres tú?— preguntó extrañado al abrir la puerta y ver un hombre alto y fornido, que nunca antes había visto,con ropa que podía distinguir que era costosa. Su porte era imponente.

—Quién te hubiera dejado tirar del gatillo aquella vez en Afganistán—

—¿Disculpa?— soltó atónito, que de la nada aparecía un sujeto diciendo eso, cuando estaba apunto de suicidarse era algo ilógico. Por un momento creyó que ya estaba muerto, o que era una ilusión de su perdida conciencia.

—Se lo que pasó ese día, no importa cómo, te habría dejado disparar— le comentó con desición mirándolo a los ojos. —¿Me dejas pasar?—

—Si— afirmó luego de unos instantes de pensarlo, ya sea que estuviera alucinando o no, quería ver a dónde llegaba todo. Lo guío hasta su sala dentro de la casa.

—Nadie va a salvar el mundo, pero podemos hacerlo menos nefasto ¿No crees?— expresó antes de tomar asiento en uno de los muebles. —Yo soy quién te puede ayudar a hacerlo—

El contrario sólo le dedicó una mirada de inseguridad.

—¿Alguna vez has imaginado hacer el trabajo con el que siempre soñaste? Puedes acabar con gente que es despiadada... — prosiguió al notar la poca credibilidad del contrario. —No hablo de gente que el gobierno te dice que es despiadada, basado en leyes, política, burocracia, no, yo hablo de idiotas de clase A, despiadados hijos de puta.— le confesó, dándole una propuesta, poniendo las cartas sobre la mesa .

—Yo te puedo ayudar a encontrar a esa gente y jamás te voy a decir que no tires del gatillo. ¿Qué opinas de eso?—


                          ...



Ambas personas estaban en un cementerio, parados bajo la sombra de un árbol, observando con binoculares a la lejanía un funeral, había un número aceptable de personas, un gran ataúd, banderas y varias personas uniformadas de pie formando un callejón de honor. Era un funeral militar.

—El amaba lo que hacía, y ninguno de nosotros sabemos cómo reaccionariamos si estuviéramos en su posición— pronunció con tristeza un hombre en el púlpito, dando sus más sinceras palabras. —Pero si fuera por Chan, él les habría disparado, él les hubiera volado la cabeza, él...— no logró continuar, pues rompió en un desconsolado llanto.

—Amigo siéntate, sólo siéntate— pidió uno de los familiares del difunto cuando lo vió arrodillado en el suelo, soltando lágrimas cómo una magdalena.

—Debiste verlo cuando vió Coco... Lloró cómo bebé— le hizo saber Chan al hombre junto a él, que también veía todo el espectáculo a la distancia bajo el árbol.

—Que película tan emotiva— bromeó con simpleza. —Creo que ya vi suficiente, andando— le dijo, para comenzar a caminar lejos del lugar. Fue hasta allá para confirmar la veracidad de la muerte fingida de su ahora nuevo miembro del equipo. —Desde ahora te conocerán como Trece, y yo soy Uno

—¿Entonces somos 13?— inquirió, alcanzado al contrario, caminando junto a él.

—No, somos 12

Escuadrón 13  (Seventeen)Tempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang