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Manuel

—¿Te ayudo? —pregunté mientras María preparaba el desayuno.

—No se preocupe, Padre.

—Tuteame, no hay problema.

—No puedo, ya conoce las reglas. Tampoco debería estar acá, Padre.

—Sí, Padre Manuel, puede ir a orar o a descansar.

—Me levanté hace media hora, Nieves, no estoy cansado.

La mujer iba a decir algo, pero la voz de Basilio cantando una alabanza la hizo enmudecer, me hizo una seña para que saliera de una vez de la cocina. No tuve otra opción que hacerle caso, después de todo, todavía no me hacía cargo de la parroquia y no podía ir en contra de las reglas que ya estaban implementadas. El Padre me saludó con una sonrisa como si no me hubiera visto hacía diez minutos en el pasillo de camino a su oficina.

—Te busca Gabriel en la parroquia, parece que esperó hasta que abriéramos.

—Gracias. Voy a verlo.

Le sonreí antes de dirigirme hacia el altar, él estaba sentado en el primer haciendo con la mirada clavada en el suelo. Me acerqué haciendo que me mirara, le sonreí mientras me acomodaba a su lado.

—¿En qué puedo ayudarte, Gabi?

—Tengo problemas para entender algunos temas de teología, quería saber si podías ayudarme.

—Claro, podemos vernos después de la reunión de los misioneros, si estás libre.

—Sí, puedo venir a las reuniones esta semana, se me acerca el próximo examen y me ayudaría mucho que me aclarara algunas cosas.

—Claro, Gabi, te voy a ayudar en lo que pueda.

Me sonrió levantándose.

—Gracias. Y perdón por molestarte tan temprano, era el único momento que tenía antes de ir a cursar.

—No te preocupes. Andá con Dios.

—Gracias, Padre.

Volvió a sonreír, me saludó con la mano y se fue. Lo observé salir de la parroquia antes de volver al comedor. Todo estaba servido ya, todos los lugares ya estaban ocupados a excepción del mío, justo al lado de Basilio. Me senté, oré en silencio mientras el Padre daba las indicaciones a las Hermanas y novicias. Después empecé a desayunar pensando en Gabriel. Me ponía contento que me pidiera ayuda, no por sentirme necesitado, sino porque era el punto de partida en lo que iba a ser mi trabajo de todos los días. Me emocionaba poder ayudar al barrio.

—Manuel —me volví al Padre—, hoy toca empezar la colecta para los necesitados. ¿Podrías pegar el recordatorio en el tablón de anuncios?

—Claro, Padre.

—Podés buscarlo en mi oficina.

—También quiero que te ocupes de las charlas de los misioneros a partir de hoy.

Asentí sonriendo. Desayuné rápidamente para ocuparme de lo que me habían pedido. Abrí el vidrio protector del tablón y, con un par de chinchetas, lo colgué. Después, volví a entrar a la parroquia, María entraba al altar con un balde lleno de elementos de limpieza. Me acerqué a ella ofreciéndome a ayudarla, esta vez sin aceptar un "no" como respuesta. Empezaría a cambiar las cosas desde ahora. La ayudé a limpiar los asientos uno a uno.

—No tiene que hacerlo, Padre.

—Podés tutearme cuando estemos solos —le sonreí—. No me molesta ayudar, al contrario, me gusta. No es lo mío quedarme sentado viendo como hacen todo los demás.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora