52

19 4 0
                                    

Gabriel

—Así que, ¿te cansaste de ser el secreto? —preguntó María.

—No dije eso, solamente me gustaría tener un novio al que besar en cualquier lado. Ya sé que las cosas con él son distintas, pero me gustaría poder experimentarlo alguna vez.

—Ahora no va a dejar de estar nervioso el pobre.

—Me imagino. Ya le dije que era una pregunta, nada más, pero sé que se va a seguir dando manija —terminé el helado que estaba comiendo y la miré—. Lo mejor va a ser que hable con él, ¿no?

—Y sí, ya sabés como es Manu, sobre todo cuando tiene que ver con vos.

Nos quedamos en silencio unos segundos.

—Soy un tarado, ¿no?

—¿Por qué?

—Por venir con planteos el primer día de campamento. No le quería arruinar la semana.

—Solamente hablá con él y tranquilizalo. Seguro que se olvida y todo.

—Bueno, voy a buscarlo, entonces.

Me levanté y caminé por el campo observando los alrededores. Había grupos de chicos jugando afuera bajo el cuidado de Laura e Isabel, así que intuí que mi novio estaría en el comedor haciendo alguna manualidad con los otros grupos. Entré y, efectivamente, en una de las mesas largas, estaba sentado Manu con Facundo enseñándoles a los chicos a hacer manualidades. Lo observé mientras ayudaba a una de las nenas, era bastante paternal con todos, siempre estaba atento a cualquier cosa que fueran a necesitar los nenes. Me acordé de golpe a lo que había venido, medité unos segundos antes de decidir volver a salir al patio, no quería arruinar el momento con mis tonterías. De repente, levantó la cabeza para mirar a los chicos, pero su mirada se posó en mí. Lo saludé con la mano con una sonrisita. Él sonrió también, terminó de explicar y miró a Facundo, que también me había visto ya, mi amigo asintió con la cabeza y ocupó su lugar cuando Manu vino hasta mí.

—Perdón, no quería interrumpir la clase magistral de manualidades.

—No interrumpís nada, ya sabés —se acercó un poco a mí—. Además, ya te extrañaba bastante.

Susurró haciendo que me volviera un completo estúpido. Probablemente tenía la cara que ponían los dibujitos cuando estaban enamorados.

—¿Vamos un rato afuera?

Asentí, antes de salir por la puerta trasera del comedor. Él me siguió en silencio, sabía perfectamente que yo conocía el lugar bastante bien, había venido cuando era chico y no dejé de hacerlo durante varios años como ayudante, igual que ahora. Cuando estuvimos a una distancia prudente, agarré su mano y lo guie hasta una zona escondida entre los árboles. Me giré para mirarlo, le sonreí de nuevo y crucé mis brazos por su cuello.

—Quería que habláramos de algo, Manu.

—No sé si así me puedo concentrar mucho en lo que querés decirme.

Solté una risita.

—No seas tonto. Quería hablar sobre lo que te planteé anoche. Ya sé que no podés dejar de pensar en eso ahora, por eso quería decirte que era una pregunta nada más.

—Pero entiendo que te moleste...

—No me molesta. No quiero ser tu secreto toda la vida, pero no quiero presionarte, ni que tomes una decisión apurada.

—¿Seguro? —asentí.

—Solamente no quiero ser un secreto toda la vida, ¿sí? Me gustaría hacer realidad alguna de las cosas que imagino.

—¿Cómo cuál?

—Caminar de la mano con vos en la calle. No tener que esconderme así. Que vivamos juntos como una pareja común. Casarnos, por ahí...

Su cara se transformó cuando escuché esto último, supuse que aquella idea sería imposible de cumplir, que no le había gustado para nada escuchar algo como eso. ¿En qué estaba pensando? Él era cura y el matrimonio era sagrado, nadie en ningún lugar del planeta nos casaría ante los ojos de Dios, éramos un pecado viviente después de todo. Abrí la boca para disculparme, pero mi voz se sofocó en un beso. Me separé para poder hablar, pero él volvió a besarme, esta vez cruzando sus brazos por mi cintura y apretándome a su cuerpo. No tuve más opción que ceder, corresponder a ese beso desesperado por su parte. Me separé de él con un poco de esfuerzo, lo observé intentando descifrar qué estaba pasando. En su mirada había un dejo de tristeza que había aparecido de repente.

—No quiero que esto sea una despedida, Manu.

—No lo es.

—Entonces, ¿por qué esa cara?

—Porque no quiero perderte por tomar una decisión errónea. Tengo miedo que mi cabeza me traicione.

—Eso no va a pasar. Tomes la decisión que tomes, voy a estar con vos.

Acaricié su mejilla contagiándome de su tristeza. Sabía que, posiblemente, se decidiría por su trabajo, después de todo, había estudiado toda la vida para ser cura, había sacrificado mucho para llegar a esto. Sabía que, al final, nuestros caminos se iban a separar. Le pedí que pasáramos un rato juntos, nos quedaba una hora antes de las actividades en conjunto, podíamos desaparecer un rato sin problemas. Nos sentamos contra un árbol, o mejor dicho, él se sentó contra un árbol mientras yo me quedaba sobre sus piernas. Acomodé mi cabeza en su hombro y cerré los ojos.

—¿Estás triste? —preguntó de repente.

—No quiero pensar en nada de eso, Manu. Quiero que disfrutemos de esto y nos ocupemos de cualquier problema después. Necesito pensar por unos días que podemos ser felices sin ningún otro quilombo que no sea Isabel.

—Nuestra cruz más pesada —asentí, él me separó un poco y me miró—. Quiero que sepas algo, Gabi.

—Soy todo oídos.

—Te amo. Pase lo que pase después, quiero que sepas que te amo, que no me había enamorado jamás de nadie y menos como lo estoy de vos.

Sentí mi cara entera arder y el corazón golpearme el pecho con fuerza. Una sonrisa apareció en mi cara sin que me diera cuenta hasta después. No supe cómo contestar, las palabras no aparecían en mi cabeza, no me esperaba que me dijera algo así; nunca creí que alguien sintiera algo así por mí. Lo tomé de las mejillas y lo besé con todos los sentimientos que tenía dentro y que no encontraba las palabras para hacérselos saber. Lo besé como si fuera una despedida en lugar de una declaración de amor. Aunque, teniendo en cuenta cómo estaban las cosas entre nosotros ahora, podría serlo tranquilamente. Mordí su labio inferior consiguiendo un quejido al principio, pero después una sonrisa. Me separé de sus labios, pero no dejé de besarlo por toda la cara. Manu no hacía más que reírse y apretarme a su cuerpo en un abrazo cariñoso. Nos comportamos así hasta que se hizo la hora para la siguiente actividad. Decidimos volver con los demás separados, lo último que queríamos era que Isabel empezara a sospechar lo que había entre nosotros. Me paré al lado de Facu, lo miré unos segundos recibiendo su típica sonrisita de burla, a la que correspondí antes de mirar a los chicos. Respiré profundo con la intención de borrar todo de mi cabeza, como si nada sucediera, como si lo único que existiera en el mundo fuera el amor que nos teníamos Manu y yo. 

**

Muy buenas~ acá traigo el nuevo capítulo. Estuve al borde de atrasarme con la entrega de este, decidí darle un poco de prioridad al fanfic que tengo activo, por eso apenas había continuado con este capítulo. Por fortuna, llegué a terminarlo justo a tiempo para traérselo como siempre. Si les está gustando, por favor voten, comenten y compartan, todo apoyo se les agradece muchísimo. 

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora