37

21 3 4
                                    

Manuel

Una semana lejos de Gabriel, bueno, todo lo lejos que se podía estar de él viviendo en el mismo lugar. Apenas habíamos hablado lo justo y necesario. Giré mi silla y miré a través de la ventana. Seguía desconcertado con todo lo que sentía, mis sentimientos estaban tan revueltos que no sabía distinguir unos de otros. Lo único que tenía claro era que lo extrañaba. Quería estar cerca de él, poder hablar como siempre. Pasé mis dedos por mis labios. Me acordaba perfectamente de las sensaciones que me había provocado la primera vez. Tenía ganas de volver a hacerlo, ¿eso quería decir que me había enamorado de él? Suspiré frustrado. ¿Cómo había pasado esto? ¿Tenía que decirle a Gabriel? Pero no quería que se hiciera ideas erróneas ni lastimarlo, ya había pasado por suficiente. ¿Cómo se suponía que iba a saber qué tenía que hacer ahora? Todo era nuevo para mí. Giré la silla al escritorio y revisé los papeles que había. Los separé hasta dar con uno, era una hoja de libretita doblada a la mitad. La desdoblé y la leí:

"Sé que me pediste que te diera tiempo, pero me gustaría hablarte de algo importante para mí.

Gabriel."

Me quedé unos segundos repasando cada una de las letras con la mirada. Volví a doblar el papel a la mitad, abrí uno de los cajones que tenían llave y la metí ahí. Los nervios se apoderaron de mí. Me mordí el labio decidiendo qué quería hacer. Quedarme acá con la duda no le iba a hacer nada bien a mi cabeza, pero no estaba seguro de querer saber qué quería hablar. Al final, sin pensar demasiado, me levanté y caminé hasta la habitación de Gabriel. Me quedé parado frente a la puerta de la habitación dubitativo. Lo mejor era esperar un tiempo más, me giré para volver a la oficina justo cuando la puerta del cuarto se abrió.

—Padre.

Lo miré, tenía su campera puesta y la mochila colgada en el hombro.

—¿Vas a salir?

—Quiero ir a buscar algunas cosas a mi casa.

—¿Vas solo? —asintió—. Te acompaño.

—No, está bien. Gracias.

—Gabi, no te pregunté. Quiero ir con vos, no me gustaría que tuvieras que salir corriendo de nuevo.

—Pero...

—Voy a buscar un abrigo y vamos.

No esperé que dijera nada, me metí en mi habitación, busqué un abrigo lo más rápido que pude y volví a salir. Gabriel me miró, le hice una seña para que saliéramos de la parroquia. Mientras caminábamos, no podía dejar de pensar en la nota y en lo que quería hablar, me daba curiosidad saber si tenía relación con lo que pasaba entre nosotros, si fuera así, hablar en la calle nos traería problemas. Me giré a él, tenía la cabeza a gachas y se hundía cada vez más en su abrigo. Desvié la mirada a mi alrededor, no me había dado cuenta de las miradas que le dirigían a Gabriel. Cómo cuchicheaban entre sí como si fuera un bicho raro. Él mismo parecía sentirse así, de vez en cuando se quedaba más atrás, obligándome a bajar el ritmo a mí también. Estaba seguro que las miradas iban a terminar cuando yo hiciera algo al respecto. No pensé demasiado, crucé mi brazo por encima de sus hombros y lo abracé. Casi podía escuchar los pensamientos de quienes nos miraban.

—¿E-está seguro? —preguntó en un susurro.

—Segurísimo, Gabriel —le sonreí—. ¿Querías hablar de algo? Leí la nota que me dejaste.

—S-sí —se aclaró la garganta—. Mi mamá le dio mi gato a Facu, él lo está cuidando. ¿Sería abusar mucho si pido llevarlo a la parroquia?

Lo miré un poco... ¿decepcionado? No esperaba esta charla. No tenía idea de cuál charla era la que esperaba exactamente. Levantó la mirada a mí, sus ojos brillaban casi como los de un nene cuando pedía algo.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora