42

31 4 5
                                    

Gabriel

Sonreí ni bien vi entrar a Manuel. Le extendí los brazos como si fuera un nene chiquito pidiendo un abrazo, él me devolvió la sonrisa, cerró la puerta con traba y se acercó a mí para acostarse al lado mío. Lo abracé como lo había hecho más temprano: con la cara contra su pecho y apretándome todo lo que pudiera a su cuerpo. No podía evitar respirar profundo llenándome de su perfume los pulmones. Después de unos minutos así, en completo silencio, me separé un poco y lo miré.

—Quiero decirte algo. Mi mamá me llamó a la tarde.

—¿Sí?

Asentí.

—Quiere que vuelva a mi casa. Me dijo que mi papá se fue por un tiempo a Santiago y quiere que me quede allá.

—¿Vas a ir?

—No sé, lo tengo que pensar. No confío que mi papá no vuelva de la nada y me saque a patadas. Tampoco quiero que me digan que soy un desviado todo el tiempo. Suficiente que me tengo que bancar a la gente diciéndome maricón y mirándome con asco en la calle.

—Capaz se arrepintió, Gabi. Tenemos que perdonar a nuestro prójimo, sobre todo a tu mamá.

—Creo que sí... —suspiré—. ¿Sabés? No me quiero alejar de vos. Me gusta verte todos los días.

Me sonrió abrazándome de nuevo, parecía que era eso lo que quería o necesitaba escuchar ahora, después de la noticia que le acababa de dar. Cerré los ojos unos segundos pensando en qué iba a hacer, me gustaba estar en la parroquia cerca de él, pero me gustaría juntar algunas de las piezas que había quedado de mi familia. De repente, Noé se acostó justo atrás mío haciendo que me pegara todavía más a Manuel, si era posible. Lo miré con un poco de vergüenza, pero él no hizo más que llevar la mano hacia mis espaldas para, imaginaba, acariciar a mi gato. Parecía no importarle demasiado que entre nosotros no haya ni un milímetro de distancia. A mí, por el contrario, me hacía pensar en todas las fantasías que habría podido tener alguna vez con él. Esperaba que mi cuerpo no reaccionara por culpa de mi cabeza. Recibí su mirada haciendo que mi mente quedara completamente en blanco, se acercó a mi rostro y me besó con suavidad. No me había dado cuenta del momento en el que cruzó sus brazos alrededor de mi cintura, pero ahora era él quien me aprisionaba contra su cuerpo.

—Manu, pará... —dije separándome lo suficiente para mirarlo—. ¿No te parece que estamos demasiado cerca?

—Es culpa de Noé.

No pude evitar que una sonrisa asomara en mi cara.

—Ya sabés a qué me refiero. No vamos a poder dormir bien de nuevo si no ponemos un poco de distancia.

—Pensé que te gustaba.

—Sabés que me gusta, pero me da miedo hacer algo acá.

—¿Hacer algo?

Sentí la cara completa arderme. ¿Había mal interpretado lo que hacía Manuel? Desvié la mirada de su cara sintiéndome como un tarado. Mis hormonas empezaban a jugarme una mala pasada. Pasó una de sus manos por mi mejilla.

—¿Querés... tener relaciones?

—Em... Y-yo... pensé que por eso me apretabas tanto a vos... P-perdón, Manu, no quería incomodarte. Cada vez que estamos así, mi cabeza me juega malas pasadas. Pasó el otro día.

—Nos pasó a los dos. Mirame, Gabi —negué con la cabeza—. Dale, no pasa nada, no me pusiste incómodo.

No tuve más opción que mirarlo, a pesar de la oscuridad, pude ver que tenía la cara roja como, imaginaba, la tenía yo. Seguía sintiéndome un estúpido por mal interpretar sus acciones. Tenía que calmar un poco mi cabeza.

PecadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora