Introducción

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Salta, septiembre de 2033

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Salta, septiembre de 2033.

Acompañando al compás del chillido del parabrisas, la punta de sus dedos golpeaban contra el volante del coche. Mirando la entrada de su propia casa, Marcos repasó por décima vez lo que diría y cómo lo haría, una vez pasara aquella puerta.

Sabía que no iba a ser una conversación fácil, como siempre que debía hablar de sus sentimientos; pero si todo salía bien, sí el universo y Dios por fin estaban de su lado, se le iba a dar. Porque él no creía en las casualidades.

No creía que por pura casualidad—y de todas las partes del mundo—Julieta acabara en su misma ciudad, en su mismo barrio, nuevamente frente a él.

Se negaba a verlo de esa manera.

Tenía que ser una señal de Dios, del universo, o de quién fuera... De hecho, ni siquiera le importaba si era una señal o no, él solo pensaba en tomar la oportunidad. No quería volver a repetir los mismos errores.

No quería quedarse con la amargura de pensar "¿Qué hubiera pasado...?" por sus propias inseguridades o miedos. No otra vez.

Decidido y emocionado, cómo nunca antes lo había estado, bajó de su coche e ingresó a su casa, pero lo recibió una extraña oscuridad.

Nunca tuvo su casa a oscuras, mucho menos desde que ella se había instalado allí con una cotidianidad que hasta podía resultar extraña porque no la sintió ni le molestó. Como si no existiera el hecho de que pasaron diez años sin saber del otro, como si siguieran siendo los mismos chicos con los sentimientos a flor de piel, pero ignorantes a cómo expresarlos.

—¿Juli?—preguntó con un tono de voz alto, siendo el silencio la única respuesta recibida.

Prendió la luz de la sala de estar y con lo único que se encontró fue a Cleo, acostado frente a la ventana, y sin despegar sus felinos ojos de las gotas que parecían deslizarse por el vidrio como si danzaran entre sí.

Tenía un pequeño presentimiento de lo que pasaba.

Su gato solía ponerse así cuando sus hermanos iban de visita por un tiempo y luego se iban, lo mismo cuando sus padres decidieron emprender aquel viaje extenso para reencontrarse.

Cleo se ponía triste cada vez que alguien se iba.

Caminó a pasos apresurados hacia la habitación que Julieta había marcado como suya y se volvió a encontrar con oscuridad. La habitación seguía oliendo a ella, a su colonia; pero no había rastro de su bolso, sus zapatillas de ballet o sus preciadas vinchas que, diez años después, seguía amando usarlas. Ni siquiera había ropa revuelta en su cama como siempre.

No había nada.

Se ha ido.

De la misma manera que se había vuelto a presentar ante él y arraigado en lo más profundo de su ser, había tomado sus cosas y se había marchado.

Nuevamente, diez años después, seguían sin poder encontrarse.

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Enchanted | Marcos & JulietaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora