Capítulo dieciséis

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—Por la cara que me traes, ayer saliste de fiesta.

Aiden, mi jefe, se colocó mejor sus gafas y me increpó con la mirada. Observé mi reflejo en la parte metálica de la cafetería y tuve que darle la razón. No me había ni preocupado en tapar las manchas violetas que se marcaban debajo de mis ojos. No había llorado, pero mis párpados estaban ligeramente hinchados y mi expresión de desgaste emocional no ayudaba en aquel cóctel autodestructivo.

¿La razón? Podría decir que, que Oliver se fuera de aquella forma inquieta, mientras yo me quedaba clavada en el suelo con el peso de aquel beso en mis labios, no había ayudado en que pasara una noche tranquila. Pero echarle la culpa me parecía demasiado egoísta. Quizás era lo mejor que podría pasar, porque por poder, podría haber amanecido en su cama y olvidarme de él al día siguiente. Pero algo me decía que si caía en la red de Oliver, me costaría mucho salir de allí.

Porque hay personas que, solo al conocerlas, sabes que no serán como una gota de agua en un día de lluvia, sino que son de aquellas gotas que caen sobre tu mejilla cuando parece que está el cielo despejado.

Y sabía que Oliver era como aquella gota que te obliga a alzar la mirada al cielo.

¿Por qué no podemos escoger de quién queremos enamorarnos?

—¿Noela, estás bien?

Sacudí la cabeza y recogí el café con leche que había dejado olvidado en la cafetera.

—Perfectamente —mentí con una sonrisa que, de forzarla más, hubiera sido capaz de rasgarme la cara.

Llevé los cafés a la mesa de la pareja, que se tocaba la mano de forma cariñosa, y me alejé con un suspiro sonoro.

—Noela, si no te encuentras bien es mejor que te vayas a casa —insistió con una bondad que no había visto en él hasta ese momento.
Tenía que dar muy mal aspecto para que me dijera aquello. Volví a mirarme en el reflejo y me pellizqué un poco las mejillas por si, al darle color, mejoraba mi expresión, pero nada. Solo la había empeorado.

—Quizás si que me tomo este descanso del que hablas
—No es un descanso, lo descontaré de tu sueldo

Puse los ojos en blanco y me saqué el delantal. Ese volvía a ser el Aiden que conocía.

   
Recogí mis cosas y me fui directa a casa, dormiría una siesta antes de comer y seguro que después me encontraba muchísimo mejor. Olvidaría a Oliver y toda esa locura de noche. Sí, hacer como que no había pasado nada quizás sería lo mejor.

Pero el destino parecía no estar de mi lado de nuevo. Al subir los últimos escalones antes de llegar a nuestro piso, escuché como se abría una puerta que me paró el corazón.

Maldito cuerpo, reaccionando a su antojo.

Aparte de pararse el corazón, también dejé de respirar, de sentir y de subir los escalones. Porque, justo delante de mí, salía una chica rubia espectacular, de aquellas de revista, del piso de Oliver. Pero no se quedó allí. Se giró, lo rodeó con los brazos y le dio un beso —nada casto— para despedirse.

SetestreloWhere stories live. Discover now