Capítulo treinta y dos

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Cuando volví al piso era de noche e Iria descansaba, con las piernas por encima del respaldo del sofá.

No le había comentado nada de lo ocurrido, aunque ella me había enviado varios mensajes preguntándome si estaba bien. Pero es que no me veía con ánimo de contarle nada. La información sobrevolaba mi cabeza sin acabar de tomar una forma clara y no quería que su amistad con Oliver se viera afectada de ese modo. No por culpa de algo que no sabía con certeza.

—¿No me vas a contar nada? —me recriminó, incorporándose del sofá para mirarme— He estado pendiente del teléfono todo el día y nada.
—Perdona —Me disculpé —. Ha sido intenso.
—Lo imagino. ¿Quieres hablar de ello?
—Prefiero olvidarme de esta tarde de momento.

Iria arrugó la nariz y yo aproveché ese silencio para entrar en mi habitación a cambiarme y quizás para darme una ducha de esas que te ayudan a sacarte todos aquellos malos pensamientos de la cabeza.

—Entonces, ¿Estás ya vestida para salir?

Iria se había levantado con sigilo del sofá y ahora me miraba desde el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre su pecho.

—¿Salir a dónde?

Iria me miró con una sonrisa triunfante en su rostro.

—A tu fiesta de despedida —contestó mientras entraba en mi habitación y empezaba a rebuscar por mi armario—. Estoy harta de que te vayas sin tiempo a despedirte, así que hemos organizado una pequeña fiesta en tu honor.

Dejé escapar una pequeña risa y dejé que Iria siguiera rebuscando en mi armario.

—¿Dónde es la fiesta? —pregunté, con una fibrada en el corazón.

Iria paró su búsqueda y me miró.

—En el bar de Oliver, pero él no va a estar —Se apresuró a decir.
—¿Cómo lo sabes?

Se acercó a mí, con una pieza entre las manos, y me la tiró antes de contestar.

—Ha dejado el trabajo —alcé las cejas, sorprendida—. Antón nos lo ha contado.
—Ya veo...

Una punzada me atravesó el estómago. Oliver tenía que estar realmente mal si había dejado hasta el trabajo.

—¿Te parece bien ir allí de todos modos?

Levanté la pieza de ropa que me había dado; era un top rojo, palabra de honor, que juraría que era de Álex y que estaba convencida de que me lo debería haber metido en la maleta sin que me diera cuenta, porque no era para nada mi estilo.

—Claro que sí.
—Genial, entonces ponte esto también —Me lanzó los pantalones negros pitillo y yo obedecí sin rechistar por primera vez en nuestra relación.

SetestreloOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz