El lobo y su jauría

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El chico observó cómo una solitaria gota de lluvia trazaba su camino por el cristal de la ventana. Por un momento, su mente se distrajo con la belleza del recorrido de esa pequeña gota. Sin embargo, pronto volvió a enfocarse en su tarea principal: arrastrar a su nuevo amigo la oruga amarilla, a través de la casa, Nathan era el nombre de nuestro lobo de ojos blancos.

Cada paso que daba resonaba en el silencio pesado que envolvía el lugar y la sombra de la noche se adentraba en cada rincón, realzando los detalles inquietantes de la casa, además de la poca luz. La madera crujía bajo sus pies mientras avanzaba, como si la casa misma estuviera susurrando secretos oscuros y antiguos, contándole a Nathan sobre las pobres almas que habían perecido en esa gran construcción de madera.

Con determinación, llegó al baño, donde se encontraba el cuerpo sin vida del otro hombre. Con cuidado, el chico depositó el cuerpo en la bañera, preparando un balde de agua tibia para comenzar la tarea de limpieza. 

Aunque pudiera parecer extraño, el chico realizó su tarea con una extraña delicadeza, tratando las heridas y la sangre con meticulosidad, Incluso realizó cortes precisos en puntos arteriales para asegurarse de drenar toda la sangre restante, el líquido carmesí brotaba lentamente de las heridas, teñida por la oscuridad de la noche.

—Querido, apuesto a que no me habrías tratado así después de matarme— murmuró el chico de cabello rubio mientras limpiaba suavemente el rostro del difunto, el que más daño le había hecho, sus palabras estaban cargadas de molestia y un tinte de sarcasmo, esos susurros resonaron en el aire, creando una sensación de malestar, dejándole al rubio un mal sabor de boca. 

Luego, con un gesto tranquilo cortó las puntas de los dedos antes de comenzar a desmembrar el cuerpo con precisión quirúrgica, como si tuviera experiencia, realizo cortes limpios en las articulaciones principales: tobillos, rodillas, la base del fémur, muñecas, antebrazos, humeros y, finalmente, la tercera vértebra cervical. terminó por sumergir cada parte del cuerpo  en agua caliente para separar la carne del hueso.

Una sonrisa burlona se dibujó en su rostro mientras observaba los montones de restos humanos que yacían en un perol lleno de agua caliente, como si estuviera contemplando su propia obra maestra.

—Podría hacerme una sopa contigo —dijo con un tono de sarcasmo hablándole a los restos del hombre que alguna vez fue su captor, aquel al que más disfrutó de matar, su voz resonando en la habitación, mezclándose con los susurros inquietantes de la tormenta que rugía fuera de la ventana. Repitió el mismo proceso con el otro cuerpo aunque incluso tarareaba una canción, sin signos de culpa o arrepentimiento.

Dejó los montones de restos humanos en el agua, permitiendo que la carne se desprendiera del hueso. Dejando eso de lado inició una limpieza meticulosa de la casa, asegurándose de borrar cualquier rastro de sangre, su propio cabello o cualquier otro indicio que pudiera haber dejado en el sótano o en las habitaciones.

A medida que avanzaba con su tarea, el chico se sumergía cada vez más en su propia oscuridad. Su mente parecía estar en otro lugar, desapegada de la realidad que lo rodeaba, la precisión con la que llevaba a cabo sus acciones solo hacían más evidente su apatía hacia lo que había hecho, estaba realmente relajado, aunque en su mente se reproducían gritos, pero no eran de los dos en la olla. 

La verdadera pregunta es ¿Nathan había matado antes?

Mientras la lluvia seguía cayendo fuera de la ventana, el chico continuaba su labor, ocultando sus huellas y sumergiéndose más profundamente en su propio abismo, gustoso de ahogarse en el lago de sus más terribles temores, después de todo, los lobos también pueden atacar de noche.

Mientras la luna avanzaba y Nathan continuaba con su tarea, una tormenta eléctrica comenzó a rugir en el exterior, iluminando el cielo con destellos de luz. Los truenos resonaban en su cabeza, aumentando la sensación de caos y desesperación, pero no desesperación por sus actos, era el constante golpeteo de la ventana que lo estaba poniendo irritable y cada relámpago parecía resaltar los gritos que Nathan tenía en la cabeza y los secretos que ocultaba.

Un olor cautivador impregnó el ambiente, transportando a Nathan a recuerdos de su infancia cuando su abuela preparaba estofado. La carne hervía en la olla, liberando un aroma delicioso que despertaba su curiosidad. Atraído por la escena, el joven se acercó al perol y observar con fascinación su contenido: trozos de carne flotando en el agua caliente.

"¿Debería probarlo?", se preguntó a sí mismo, reviviendo aquellos momentos en los que su curiosidad infantil lo llevaba a cuestionarse el sabor de la carne humana.

Con un ligero temblor de anticipación cortó un trozo de carne, y con un tenedor la llevó a su boca, masticando con cautela, saboreando los restos de sangre que aún se encontraban en el interior, le recordó a la carne de cerdo, pero con un sabor más fuerte, casi como la de jabalí, aunque escupió el trozo en una servilleta, haciendo muecas de asco.

— Definitivamente ni muertos me los comería— Dice con una sonrisa juguetona, despreciando aún más lo que alguna vez fueron esos restos.

La noche avanzaba con lentitud, la lluvia arrullaba a Nathan y el golpeteo constante fue interrumpido por un gimoteo, similar al de un cachorro, aunque más parecido a un aullido, a eso se complementaban  los ligeros rasguños en el pórtico de la casa. El chico caminó hacia la puerta armado con un cuchillo carnicero, encontrándose con un par de cachorros de lobo, ambos de ojos azules, y llamativo pelaje amarronado, que ahora estaba empapado, se veían frágiles y vulnerables.

— Buenas noches, pequeños demonios — Susurró suavemente, levantando a los animales, y  adentrándolos en la casa, ambos cachorros seguían dando quejidos,  sin dejar de retorcerse para bajarse de sus brazos, en busca de su madre.

El chico los mira con tranquilidad, sin perderlos de vista, busca un pequeño montón de carne cocida del perol, dejando que los pequeños animales comieran hasta saciarse. 

El rubio observó cómo los cachorros de lobo devoraban la carne con ansias, sus pequeñas mandíbulas destrozando los trozos con voracidad y a medida que los alimentaba, una extraña conexión parecía formarse entre él y los animales, como si compartieran un oscuro vínculo, unidos por la oscuridad que habitaba en sus interiores.

Mientras los cachorros terminaban de comer, el chico los acariciaba suavemente, sintiendo la suavidad de sus pelajes mojados bajo sus dedos, esto llenó su interior con una sensación de calma, algo que no había experimentado en mucho tiempo.

Decidió cuidar de los cachorros y llevarlos consigo en su nuevo camino, eligió sus nombres "Luna y Nox", en honor a la noche oscura que los rodeaba, en un futuro no tan lejano, formarían un extraño trío, unidos por secretos y una sed de sangre que les era común.

La noche siguió su curso, tejiendo un manto  de misterio y terror que abrazaría sus vidas con una fuerza inquebrantable, sin saberlo aún juntos llenarían las calles con sangre.

El lobo disfrazado y el ratón de bibliotecaWhere stories live. Discover now