TRES

289 38 0
                                    

El profesor dictaba los últimos minutos de su clase mientras Raine se hallaba en posición de descanso sobre su pupitre, con la mente viajando fuera del sistema solar. Distraída, distante, así se había vuelto las últimas semanas. No era capaz de concentrarse en otro tema que no fuera Jungkook y su novia.

La estaba consumiendo y no lo soportaba.

Sufría a causa de un conflicto interno generado por su corazón, y la manera en la que él no entendía que Jungkook estaba prohibido. Era un caprichoso de mierda. Tantos chicos a su al rededor y de un día para otro el órgano lo quería era él, la opción menos viable. Es bien sabido que el corazón quiere lo que quiere, pero por qué precisamente tenía que ser su mejor amigo, ¿ah?

Maldito arbitrario.

Pensó que sería una confusión, que se aclararía pronto y todo volvería a la normalidad. Porque en ocasiones sucede, crees estar enamorado repentinamente de alguien, pero se trata de una pésima interpretación de las señales. Exactamente como lo que ocurrió en aquella piscina. Había notado el cambio corporal de Jungkook y por error su cerebro lo catalogó como un posible candidato amoroso. Pero al parecer no era su caso.

Invirtió horas pensando, reflexionando, buscándole el sentido de la razón a sus alocados sentimientos, ya que tenía que haber un enredo en su juicio para que tuviera que sentirse atraída por Jungkook. Porque nada de eso se ligaba a lo lógico, a la persona sensata y organizada que le gustaba ser.

Sin dudas, el embrollo en el que estaba metida comprendía una equivocación muy grave.

Aunque no tardó en dejar de buscarle las cuatro patas al gato, esas que se esmeró por hallar para no tener que arruinar la amistad que tanto valoraba.

Debido a que... al final, Raine supo que no había ninguna confusión o malos entendidos cuando lloró media noche tras presenciar un apasionado beso entre Jungkook y Vasie, la vez que ella lo esperó afuera del instituto recostada en su auto. Estaba dicho y hecho, se había enamorado de su mejor amigo y sin ningún aparente retorno.

—Señorita Ballar —la llamó el profesor—. Señorita, ¿me está escuchando?

Nada, silencio absoluto.

El profesor Stevens tuvo que chasquear sus dedos cerca del pensativo rostro de Raine para que lo notara. Él sonrió cuando salió de su trance cósmico y la miró esperando por su respuesta.

—Lo siento. Dígame —le dijo avergonzada, recuperando su postura.

—¿Qué es lo que le pasa, Ballar? Últimamente se la pasa vagando por el universo en lugar de estar en clase —dijo y tomó asiento frente a ella para hablarle con una mejor comodidad—. Usted no era así. ¿Acaso es grave? Sabe que puede contarme o ir con la psicóloga del instituto. No hay porqué suprimir los problemas.

Dios, si algo no le apetecía a Raine en ese momento era oír un sermón o las especulaciones sobre lo que podría estarle pasando. Comúnmente, los maestros suponían que cualquier cambio o comportamiento extraño en un estudiante era por un hogar disfuncional y el abuso empleado en el mismo. Nada más alejado a sus ridículos inconvenientes de adolescente.

—Es una tontería —le dijo ella.

—Si lo fuera sus notas no habrían decaído tanto. Era una alumna de diez, Ballar. Ahora con suerte alcanza un seis. Algo serio debe estar pasando —concluyó.

—¿Seis? —se alarmó— No, debe haber un error, siempre he obtenido dieces —aseguró

Raine era un ejemplo a seguir académicamente. Era imposible de aceptar lo que Stevens le decía.

—Antes, probablemente —le dijo Stevens mientras se levantaba. Se fue directo al escritorio y removió los papeles sobre él, tras aquello volvió con uno en su mano y se lo entregó a Raine—. Mírelo usted misma. Es el exámen que realizamos la semana pasada.

—Esto no es posible. ¡No pude sacar un miserable cuatro! —exclamó contemplando el número. A su vez, revisando que fuera su nombre el que estuviera escrito en el papel.

Nada qué refutar, era su exámen.

Pasó la mano por su cabello decepcionada de sí misma. Ahora era una chica de calificación promedio, cosa con la que nunca había lidiado antes. Ni siquiera en primaria, cuando un pequeño niño pelinegro la molestaba con murmuros y caras raras. El mismo con el que su mente se había obsesionado y diariamente le hacía perder el tiempo, ocasionando así esta clase de consecuencias.

También, el mismo que yacía parado en la puerta del salón esperando por ella. La saludaba con la mano para que ella lo viera mientras le dedicaba esa sonrisa de conejo inocente que lo había caracterizado desde muy joven.

Tan apasionado y bonito...

No lo quería ni ver.

Raine observó la penosa nota de nuevo y ahí lo entendió todo. Definitivamente, era una prioridad encontrarle solución a ese enorme problema.

《  ⤵︎ ...♡!》

14.3.24

Diez mil horas » j.jk [ Terminada ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora