33- Angie

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33. Angie

La chica me guía dentro de la casa y la sigo viendo todo a mi alrededor, ella me ve cada tanto segundo para asegurarse que la sigo y entramos en una casa muy bonita, de estilo rustico y hogareño, huele divino y mi estómago vuelve a gruñir, siento vergüenza, pero he comido muy mal en estas horas y necesito todos los nutrientes que pueda para recuperar fuerzas.

—Veo que tienes hambre de nuevo— ríe bajito la muchacha.

—Un poco, sí —admití para mi pena.

—No pasa nada, mamá cocina divino —afirma llegando a la cocina —¿verdad, ma?

—Dices eso porque si no pasas hambre una semana— ríe la señora y yo también me uno.

—Mentira — se queja la chica con una risita dulce.

—¿Cuándo me vas a decir quién es esta muchacha? —me señala con su paleta llena de salsa.

—Necesita pasar de mojada a México, pensé que Juan Carlos podría ayudarle a pasar— le informa la muchacha— se llama Ángeles y la quiero ayudar.

La señora adoptó un semblante serio en cuanto escucho a la muchacha explicarle lo que necesitaba.

—Juan Carlos ya no hace esos viajes; Lupe y lo sabes— sentencia la mujer con voz grave.

Tragué grueso y me puse nerviosa, no quise poner de mal humor a nadie, mi intención no es incomodarlos.

—Mi intención no es molestar, pero si me urge pasar a México, si saben de alguien más con gusto les pago— le expliqué nerviosa.

—Muchacha, no eres culpable de nada, pero mi hijo ya no va hacer esos trabajos a nadie más, pero si conocemos a un par de personas— comienza a remover de nuevo la comida en un ritmo constante, danzando en la cocina haciendo notar que es algo rutinario para ella— a todas estas ¿por qué quieres brincar el charco, chamaca? —me pregunta.

No entendí bien lo de chamaca, pero entendí si la pregunta.

—Normalmente es al revés ¿no? —bromeé.

—Así es­— concuerda Lupe conmigo.

—Se ven que son buenas personas así que les contaré— me aclaré la garganta —estoy escapando de gente muy peligrosa— no expliqué como, quien o porque no era necesario tanta información.

Mientras menos sepan, menos hablan.

—Bueno eso se nota, chamaca— sonríe la señora amable —no somos quien para juzgar y si huyes es por una buena razón ¿te quedas a comer?

—Sí, gracias. Me gustaría viajar esta misma noche— les comenté.

—No se puede mija, cuando mucho mañana en la noche se puede arreglar un viaje, tal vez Esteban pueda hacerte ese favor— comenta la señora— por cierto, mija, que modales los míos me llamo Cristina Buenaventura, para servirle— se limpió las manos con un trapo de cocina y me tendió la mano, la acepté con una sonrisa y luego ella volvió a su faena.

—Esteban es un puerco idiota— comenta Lupe, poniendo cara de asco.

—Pues Juan Carlos ya no hace esos viajes, aun se recupera del tiro en la pierna— la mujer habla como si nada y un sudor nervioso cubre mi frente— así que solo queda el puerco de Esteban —repite las palabras de su hija.

—No te asustes, Ángeles es que intentaron robar el ganado hace unas semanas y mi hermano salió furioso a defender el rancho y no terminó muy bien, estamos tratando de agarrar a esos desgraciados— me cuenta Lupe.

—¿Es muy peligroso cruzar? —pregunté con miedo, no por mí, mi miedo era mi bebé, no quería que nada le pasara.

—El río Bravo se ha llevado más de un alma, pasar de noche es un riesgo, pero si se puede— me sonríe poniendo un plato frente a mí con aroma de los dioses —espero que te guste la comida picante.

—Gracias, se ve delicioso— no importa que ya hubiera comido hace unas horas atrás tenía hambre voraz y la verdad no estaba tan picante.

Me devoré la comida justo cuando llegaban dos hombres altos y atléticos. Uno de ellos era unos centímetros más bajo que el último chico que entró con una sonrisa de oreja a oreja, el que era más bajito tenía una barba blanca, un sombrero y también traía esa sonrisa que era idéntica a la del muchacho unos buenos años más joven que el señor que venía detrás de él, cualquier broma o conversación murió cuando me vieron, me limpié la boca con una servilleta que Lupe me había alcanzado cuando me sirvieron de comer muy amablemente y me les quedé viendo, esperando su reacción.

—Tenemos visitas, cariño —habló el hombre con una sonrisa— que seas bienvenida a esta, tu casa, muy humilde mija, pero jamás falta el cariño en este hogar, mi nombre es Esteban Buenaventura y este es mi hijo Esteban II.

—Es amiga de la Lupe, viejo— le responde la mujer llegando a él y dándole un beso en los labios— lávate las manos Esteban— habla la mujer viendo a su hijo.

Irradiaban tanta felicidad que no pude seguir viéndolos y toqué mi estómago pensando en que mi bebé y yo estaríamos solos siempre, no debo dejar que nadie se acerque y que le pase algo por mi culpa. Lupe se puso a poner la mesa y ayudo a su mamá a servir la comida en cuencos de diversos colores para que todos se sentaran a comer.

—Gracias por la bienvenida, me llamo Ángeles —me gustaba decir la versión en español de mi nombre, se sentía bien.

—Eres bienvenida el tiempo que quieras, preciosura— me dice la versión más joven del señor.

Todos pusieron los ojos en blanco y yo solo pude reír tapando mi boca con una mano.

—Deja a la muchacha, que no hay escoba con falda que no uses— le recrimina la madre dándole en la cabeza con una paleta de madera.

El joven se sobó el golpe y todos reían así que les seguí yo también contagiándome de la buena vibra y olvidando un poco el peso en mi espalda, para esta hora debo tener una cifra sobre mi cabeza y una sentencia de muerte si me atrapan. 

Escapando del jefe de la mafia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora