Capítulo 3

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Frío. Mi cuerpo se encuentra helado nuevamente y no es a causa de mi ropa mojada por la lluvia de la que el impermeable no me pudo cubrir.

Dolor. Ha desaparecido de mi codo, opacado probablemente por este hielo que parece existir dentro de mí.

Cansancio. Mis rodillas casi ceden ante este, así que solo dejo mi peso apoyado contra una estructura caliente a mi derecha.

Respiro con dificultad y el aire, también caliente, seca mi garganta al pasar. El estruendoso entorno en el que estoy ensordece mis oídos, pero a la vez me obliga a olvidar aquellos aterrorizados ojos que siento que, al abrir los míos, todavía estarán allí.

Lo que llega a mis oídos es una mezcla de voces, gritos alegres, maquinarias en movimiento y una música que no escucho desde mi infancia. El mundo que aparece cuando por fin miro está lleno de colores, con un cielo teñido en tonos rojos y duraznos. Está lleno de gente, de diversión... de vida.

Mi visión se torna momentáneamente borrosa debido a las lágrimas que amenazan con brotar. Este lugar me brinda la reconfortante alegría de saber que ya no estoy en aquel gris y aterrador mundo. El calor del ambiente de a poco entibia mi cuerpo y me hace sentir la incomodidad del agua de lluvia absorbida por toda mi ropa.

Respiro profundo y el olor a algodón de azúcar me roba una sonrisa. Lentamente me quito el impermeable amarillo y el negro sueter, para proceder a arremangarme las mangas de la camiseta.

Me tomo mi tiempo para controlar mis heridas. Por lo pronto solo son las palmas raspadas y este codo que, aunque ahora puedo moverlo, hay momentos en que genera cierto dolor. Pero no hay nada visible fuera de eso.

Abandonando el mojado suéter y con la coleta rehecha me introduzco dentro de la multitud que va y viene entre las distintas atracciones del parque de diversiones. Unos padres delante mío son tironeados por dos pequeñas niñas que quieren subir a un tren con forma de dragón chino y traen a mi mente mi infancia junto a mis padres. El recuerdo se superpone y me permito disfrutar de nuevo sus risas junto al sabor de las Bolas de Fraile que nos comparaba mamá. Los autitos chocadores me traen los momentos de espera y el nervio cuando a una le medían la altura para saber si podía o no subir.

Fue cuando, pasando frente a la casa del terror y rememorando los ruegos a mi padre para que nos dejara ingresar, que aquella conocida sensación apareció. Como si un hilo tirara de mi corazón hacia algún lado, y ese lado siempre ha sido el de mi hermana.

Me muevo donde quiere que vaya, abandonando los agradables brazos de fantasmas del pasado. Es llegando frente a una pareja que mis pies se clavan al piso, porque aunque ellos me son desconocidos el colgante en el cuello de la mujer no lo es.

Colgante de una elegancia exquisita, que posee el rostro de una inocente dama tallado en piedra morada moteada con celeste. Coronada con patrones en plata de ley vieja y una brillante gema de amatista. Un colgante que está en nuestra tienda de antigüedades y que mi hermana recientemente le ha conseguido comprador.

Solo cuando les veo alejarse puedo reaccionar y obligar a mis pies a despegarse del suelo para lanzarme tras ellos. Pero se internan entre la multitud y los pierdo de vista. Así que cierro los ojos y me concentro en este hilo atado a mi corazón, el tirón aparece y me guía detrás de mí.

Vuelvo sobre mis pasos y zigzagueando entre las atracciones me encuentro de frente con la entrada a una gran carpa que cita «The Big Orange Circus» donde logro distinguir el sombrero de lazo celeste de la mujer. Me abro paso empujando a varias personas, pero en la entrada hay una barrera y un joven con ropa de circo que me detiene pidiéndome una entrada.

Entrada de la cual carezco, porque no traigo nada fuera de lo puesto aún contando a este piloto donde las llaves todavía están en el bolsillo. Pero de todas formas, de haber traído aunque sea dinero no hubiera servido porque dudo mucho el hecho de estar siquiera en mi país.

El joven vuelve a insistir sobre la entrada en un inglés arrastrado y, aunque agradezco por un momento ser bilingüe, en estos momentos estoy más desesperada por perder a aquella pareja.

Una nota vibra en este hilo, una sensación distinta que me obliga a darme prisa.

Sin miramientos empujo con toda mi fuerza al muchacho, el cual termina con su cuerpo desparramado en el suelo. Cuerpo que salto, e ignorando los gritos de detrás, me adentro en el circo.

Subo a las gradas que están semioscuras y encontrando nuevamente a la pareja llego a su lado en menos de lo esperado. Sujeto, quizás, con demasiada fuerza el hombro de la mujer para girarla, arrancándola del brazo que rodea su cintura.

—¿Dónde conseguiste ese collar? ¿A quién se los compraste? —le digo cerca de su rostro en un oxidado inglés.

Un manotazo me obliga a soltarla y me deja sin respuestas. Es el hombre que se coloca delante de ella y comienza a gritar algunas cosas, pero termino interrumpiéndolo para, al igual que él, gritar nuevamente las mismas preguntas.

Me empuja pero no retrocedo ni un centímetro. Ellos saben algo. Aunque, al mirar sobre los varoniles hombros, es otra cosa lo que llama mi atención. La mujer no tiene siquiera color en su piel y siento el corazón en mis oídos al notar el parecido con aquellos demonios de ojos igualmente vacíos.

Niego la idea que cruza mi mente cuando recuerdo la historia que envuelve a ese collar. Historia del dios Iama y la capacidad de devolver la vida a los muertos. Pero la confirmación llega en menos de lo esperado cuando veo cómo su pálida boca se abre y salta al niño que hasta hace instantes miraba perdida.

El estupor ante tal escena invade a cada uno de los que la rodeamos, a excepción del pequeño niño que grita en agonía. Sus padres son los primeros en reaccionar y pelear para quitarle aquel ser que apenas se separa del pequeño cuerpo para volver a morder y comenzar a sacudir su cabeza, desgarrando como haría un perro.

El segundo en reaccionar es el marido del monstruo al que todavía llama «Cariño».

No le doy tiempo a acercarse a ella, en estos momentos me importa poco si las campanas del fin del mundo se hacen escuchar por los cielos, he encontrado una pista y no la puedo perder. Lo tomo de ambos brazos y lo obligo a girar hacia mi mientras su rostro se retuerce de dolor.

—¿Eva te vendió ese colgante? ¿Eva Rodríguez? ¿Sabes dónde está? —grito mientras apreto más mi agarre e ignoro el dolor en mi propio brazo.

—Sí —dice en un grito—, la misma. ¡Ya suéltame, tengo que detenerla! —Agrega intentando mirar detrás.

—¿Dónde está entonces? ¡Dime!

Siento que pierdo la voz con mi último grito que sobrepasa todo el caos que en poco tiempo se ha formado.

—No lo...

Pero su frase se transforma en un doloroso grito cuando la cabeza ya sin el sombrero aparece y desde atrás le muerde el hombro con fuerza.

Quiero soltarlo, pero aquella cosa le sostiene con sus manos justo sobre las mías. Arranca un pedazo y mientras lo mastica me mira, perturbando por completo mi ser. Es recién cuando vuelve a hundir su rostro en la carne de su acompañante que logro zafarme de sus manos.

Los parlantes anuncian que la función está por comenzar, pero yo huyo de aquel lugar al igual que varias personas. Corro esperando alejarme lo más posible de aquellos monstruos que están saltando sobre el ser vivo más cercano.

Salgo afuera donde el caos de dentro todavía no ha perturbado la paz de este cielo con el sol a un tercio de terminar de caer. No me detengo, no tengo tiempo que perder. Llego hasta un carrusel infantil donde brillantes caballitos de madera están esperando a su próximo jinete.

De un salto estos del otro lado de la valla y tras subir a la plataforma rotatoria, me lanzo hacia los espejos en su centro mientras el coro del infierno se desata tras mis pasos. El espejo se fisura como esperando mi impacto y, por un momento, en un fragmentado del mismo veo el reflejo de un ser completamente negro que está mirando sin prestar atención al caos que le rodea.

Del otro ladoWhere stories live. Discover now