Capítulo 4

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Una vuelta. Los pequeños caballos de madera suben y bajan al compás de la música.

Dos vueltas. Las luces del carrusel vuelven todo dorado, resaltan los felices colores, pero no llegan a apartar la oscuridad que nos rodea.

Tres vueltas. Una figura negra aparece fuera del alcance de la luz. Mi caballo sigue avanzando en una danza cada vez más lenta, como queriendo quedarle a la par.

Lo siento en mi pecho, corro peligro.

Estoy más cerca y puedo ver mejor su alargada figura mientras el movimiento del carrusel se detiene por completo y sus brillantes luces comienzan a flaquear.

Entonces, unas conocidas manos cubren mis ojos.

—No veas —susurra la voz de Eva en mi oído—. No despiertes.

Mis ojos se abren de golpe, al igual que mi boca, tomando así una bocanada de aire que quema mis pulmones. Estoy en el suelo.

Respiro con dificultad. El aroma a tierra y pasto es la segunda sensación que me inunda; la primera es ese extraño calor que todavía persiste sobre la piel de mi rostro, justo sobre mis ojos.

Los recuerdos de los últimos acontecimientos vuelven a mi mente y ese sueño... Todo es demasiado extraño. Giro para quedar mirando un amplio cielo cubierto de grandes nubes grises y, por costumbre, miro mi reloj de muñeca, pero un sonido de cadenas me hace incorporar de golpe.

Es cuando me encuentro con unos ojos blancos, pero no ciegos, que me miran fijamente. Aunque no por mucho, ya que se desvían hacia el amarillo impermeable a mi izquierda. Le veo intentar estirarse para alcanzarlo, pero lo tomo antes que esa monstruosa cosa parecida a un ave y me arrastro lejos de su alcance.

—¡Deberías haber seguido muerta! —grita encolerizado con su oscura boca, rígida como si de un pico se tratara. Se arrastra hacia atrás y su escaso plumaje negro cambia a metalizado en algunas partes. Un tordo renegrido, dice mi mente.

Sacudo la cabeza para concentrarme y veo que a mi alrededor el verde pasto se extiende hacia donde sea que mire. Hay algunos arbustos bajos desparramados y tres sendas que se pierden en una especie de niebla detrás del alado ser.

—¿Estás perdida? —pregunta, antes de agregar:— ¿Quieres mi ayuda? ¡Puedo ayudarte!

El tono jubiloso de su voz eriza mi piel, pero en estos momentos no veo otra solución.

—Qué es lo que quieres a cambio y dónde estoy.

—¡Qué preguntas estúpidas! Sabes lo que quiero —dice mientras mueve su cabeza señalando mi mano—, y no necesitas saber dónde estás, sino dónde ir.

—Bien —digo mientras me adelanto un paso—, a dónde llevan esos caminos.

Le arrojo el piloto y veo como lanza su cuerpo hacia adelante, sus negras alas se transformas en miles de manos que lo atrapan y destrozan en segundos para esconderse nuevamente bajo aquellas viejas plumas, ahora adornadas con trozos de amarillo.

—Altos, se yerguen sobre la tierra mostrando su gran fuerza y nobleza, más en su corazón la putrefacción de un demonio con carne humana se esconde —dice mientras señala con su cabeza el sendero de la izquierda.

»Accidentalmente esculpidos por el mar y el viento, sobrevolados en silencio por el rey de los cielos rojizos. —Para señalar con su ala el sendero de la derecha.

»Y por último, la cruel tierra en la que los cielos no lloran, donde un ser capaz de tapar el sol aguarda una batalla. —Finaliza alzando ambas alas para mostrar el camino de en medio y haciendo un gesto parecido a una reverencia agrega:— Eres libre, a diferencia de mí, de escoger la pena que mejor creas soportar.

Del otro ladoWhere stories live. Discover now