4. ¿Hoy es el día? HOY ES EL DÍA

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SLOANE 

Camino uno, salto en dos, camino uno, salto en dos, camino uno... Elevé la mirada de golpe cuando distinguí un rayo de luz anaranjado que se reflejaba en el suelo nevado. Oh. Oh. Tragué saliva.

Eso significaba que estaba por anochecer. Y yo me encontraba aun en el bosque nevado y no en casa. Papá me asesinará.

Tomé a mi Mily y la abracé fuerte entre mis brazos. Mi bonita muñeca de crochet que mamá me había bordado. La llevaba conmigo todo el tiempo. Y creo que... era mi única amiga. Quería mucho a Mily. Mirando hacia todas partes, comencé a sentirme muy desorientada. No tenía ni idea de donde me encontraba justo ahora. Apreté los labios, angustiada. Nunca me perdía.

Podía contar con los dedos las veces que papá me había hecho memorizar el camino regreso a casa, incluso podía guiarme con los ojos cerrados y llegar a casa sana y salva, pero ahora, justo en estos momentos, no reconocía absolutamente nada.

Estaba perdida.

No se podía ver nada, más que simple nieve. Volví a tragar saliva. Miré el enorme árbol que se encontraba frente a mí, luego otro, otro más, había uno más grande a un lado y uno que era el triple al otro. Tenía miedo. No distinguía en donde estaba.

Siempre sabía como volver, porque nunca me alejaba mucho de casa y las huellas que mis botas dejaban me ayudaban a guiarme, pero había estado caminando en círculos y a lo tonto en todo el rato. Demonios. 

Miré las huellas que creí haber dejado y entonces me dieron ganas de llorar. El suelo estaba rodeado de huellas que no guiaban hacia ninguna dirección. Era un desastre. Yo misma me había metido en un desastre. Ni siquiera recordaba porque me había alejado tanto de casa. Quizá por tonta. Solo me había dejado llevar. 

Pensé en papá y la idea de terminar siendo la cena de un enorme lobo feroz y malo del bosque, me hizo entrar en pánico. Todavía no nevaba, pero no faltaba mucho para que comenzaran a caer copitos de nieve.

Con todo el miedo del mundo, comencé a correr de vuelta. No sabía a donde iba, ni que dirección estaba tomando, pero no quería estar sola. No quería que me hicieran daño. Solo quería a mi papá.

Mi respiración se agitó. Sujete más fuerte a Mily. ¿En dónde me había metido? De un momento a otro, sentí la cabeza fría. Mi gorro de lana se cayó. No regrese por él. Corrí más fuerte. Los rayos de sol se iban.

Comencé a sentir mis lagrimas deslizarse por mis mejillas al tiempo que me llevaba una mano a la cara para limpiarme los restos de nieve. No, no, no podía estar nevando. Desperada, agitada y temblorosa, me detuve de golpe. Volví a mirar hacia todas partes y al no reconocer nada, empecé a llorar más fuerte.

Me hice bolita en el suelo y me llené el cuerpo de nieve. Me escondí de todo. No quería que me hicieran daño. Tenía tanto miedo que, me cubrí la boca con las manos para no hacer mucho ruido. Los copos no dejaban de caer y casi parecía que los árboles nevados hablaban cuando el viento soplaba a tráves de ellos. No quiera estar más aquí. Apreté los ojos, aspiré fuerte y, en eso, todo se detuvo de un momento a otro.

Trague saliva, aterrada. El viento, el sonido de los árboles y los copitos helados sobre mi piel, todo se detuvo. Ya no sentía nada. Hipé con la nariz roja. No quería mirar porque no quería encontrarme con algo feo.

Pero sentí que algo me rozó el brazo. 

Eleve la cabeza de golpe al tiempo que me pasaba las manos por los ojos. Los tenía hinchados y mi vista era borrosa. Pero cuando miré con atención todo lo que me rodeaba, me quede perpleja. Mis labios hicieron una O. Había luz. Mucha luz. Como si el sol hubiese vuelto a subir. Me quedé más sorprendida cuando vi los copos de nieve y me di cuenta de lo que había sucedido. Los copos no se movían. ¿Acaso estaban... flotando en el aire? Todo se detuvo.

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