20

96 8 39
                                    

Han pasado dos días desde la cita que tuvimos Julen y yo. Estoy en su cocina, preparando arroz con nata y pollo, siguiendo una receta que me dio mi madre hace unos años.

Julen ha salido fuera. No me ha dicho para qué, pero imagino que para fumar, como hizo el día anterior. Lo detecté por mucho perfume que se echara.

Hemos dormido juntos desde entonces, pero no nos hemos vuelto a acostar, ni siquiera a tocar. Tras la conversación que tuvimos en el parque, su trato fue estrictamente amistoso, cosa que agradezco. Ayuda el oler su boca a tabaco y su actitud amable, pero distante.

Quiero a Julen en mi vida, es algo que tengo claro. Me aporta paz y tormenta. Me hace sentir a salvo y a la vez con ganas de vivir aventuras. Es fascinante cómo ha entrado en mi vida y ha arrasado con todo sin pestañear.

Sin embargo, no estoy seguro de querer algo más que una amistad. Algo en mí me dice que mi amigo es perfecto para mí, que solo necesitamos tiempo, pero no puedo pedirle que me espere, ni tampoco darle unas pautas. Él tiene su vida, sus amigos, sus ilusiones. Además, pronto se irá a Madrid y esta experiencia de vivir juntos se acabará.

Me duele el estómago al pensar en eso.

La puerta de la casa se abre. Es Julen y viene contento, con una bolsa de papel en la mano.

—¿Adivina? Andre dice que esta noche salgamos con ella, Susana y Marcos. Hay que salir.

Se me escapa una risa al escucharlo animado.

—¿Me han invitado o qué?

—Seguro que sí. Mira el móvil a ver si te ha dicho algo Susana.

En una de nuestras conversaciones le hablé de ella, de que me sigue hablando para saber cómo estoy y se preocupa por mí. Lo cierto es que hacía bastante tiempo que no conocía a nadie que quisiera ser mi amigo, al margen de querer sexo (porque no sabían que tenía pareja) o por conveniencia.

Es agradable conocer gente y conectar con ella.

Enciendo mi teléfono y, efectivamente, tengo mensajes de la chica. Me dice que esta noche tengo que salir sí o sí y que avise a Julen por si Andrea se le pasa avisarle. Además añadió gifs de gatitos bailando.

—No tengo mucha ropa para salir.

Me tiende la bolsa con la que ha entrado.

—Me imaginaba esa respuesta, así que te he comprado algo para que no te quejes.

Lo miro boquiabierto. Abro la bolsa y saco lo que hay, dejándolo en la isla de la cocina. Es una camisa amarilla con estampado negro de huellas de animales, un pantalón negro y unos zapatos oscuros bastante elegantes.

Lo miro, incrédulo. Me devuelve la mirada con una sonrisa arrogante. Al reír, huelo que ha fumado.

—Eres un idiota. No pienso aceptar esto.

—No seas así. Me apetece salir contigo y con los demás. Si no quieres salir, lo acepto, pero que no sea por dinero o por la ropa. Vamos, se entera Susana de que no vienes porque no tienes ropa para salir y es ella la que te compra todo el puto Zara.

Algo de peso se aligera en mis hombros al escuchar eso.

—¿Es que todos tus amigos sois así?

—Somos una generación que se ha criado en la crisis, con cero oportunidades reales en la vida de conseguir nuestros sueños. Si no somos amables entre nosotros, es que nos vamos a la putísima mierda. Álex me enseñó eso cuando llegué a Madrid.

Al pronunciar el nombre de su amigo su expresión cambia. Es más alegre y dulce, como cuando mencionas a alguien importante en tu familia: tu mejor amigo, tu hermano, tu novio...

TransversalWhere stories live. Discover now