III

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— Pero cierran los ojos para entregarse mejor a los goces de su encarnación misteriosa, y, cuando duermen, sueñan no con los ángeles sino con los mortales —había leído Hannibal en voz alta.

Eso decía la carta que había hallado en la segunda escena del crimen, misma carta que no se había atrevido a abrir al menos no hasta inicios de febrero, misma fecha en que apareció un tercer cuerpo en un parque en los límites entre Maryland y Virginia, cerca de Washington D. C.

Will no había tenido que leer el reporte para tener una idea de lo que había sucedido. La violencia se podía advertir desde lejos, era la belleza lo único que podía distinguirse al estar lo suficientemente cerca del cuerpo: las flores que ocupaban el lugar del corazón eran fúnebres, lirios casablanca, margaritas, y rosas, todas flores blancas; el corazón estaba entre las manos, y estas recargadas sobre las piernas en una especie de ofrecimiento; algunas gladiolas se asomaban en la boca abierta y el rojo estaba perdido, era inexistente en la escena; y la nota, la nota que venía en el arreglo de flores decía: "Pero amar es también cerrar los ojos, dejar que el sueño invada nuestro cuerpo como un río de olvido y de tinieblas". La escena era blanca, gloriosa, casi angelical, poética; no obstante, Will deseaba que la poesía volviera y se redujera a los salones de clase en su vida.

— Muy poético.

Will había asentido sin apartar la mirada de los ojos de Hannibal—. Poco común para alguien tan poco romántico como el Chesapeake Ripper, ¿no lo cree, doctor Lecter?

Hannibal lo observó por un instante, como si deseara descubrir lo que Will sabía y él no; o como si de pronto hubiese sido atrapado en un juego del escondite. El ambiente había cambiado de forma abrupta, de pronto Hannibal se había tensado en su asiento y había bajado la pierna para adoptar una posición mucho más firme e intimidante, una posición casi defensiva; la expresión coqueta en su rostro de pronto había sido reemplazada por una muy seria, casi amenazante y, bajo otras circunstancias Will se habría sentido en peligro, pero ver a Hannibal con una actitud que cruzaba la línea hacia lo depredador, había hecho que un escalofrío recorriera su espina dorsal y un punzante cosquilleo viajara de su estómago a su pelvis y hasta sus piernas.

Entonces Hannibal sonrió al fin, con esa sonrisa altanera y depredadora de siempre, y Will sintió que de nuevo estaban en territorio conocido; ambos, como si se movieran en sintonía o si se tratase de un espejo, se recargaron en sus respectivos asientos y soltaron un suspiro al mismo tiempo. Will entonces observó el café que caía lentamente desde el sifón belga que Hannibal había instalado en su cubículo hacía casi un mes, y entonces, la taza que esperaba junto al sifón para ser llenada, se rompió dejando tres pedazos exactos en su lugar. Fue ahí cuando algo pareció hacer clic en su cabeza.

— Pocas veces hemos hablado de poesía aunque eso es lo que nos hizo salir en primer lugar, ¿no es así? —dijo Hannibal de pronto, mientras miraba la taza pero ignorando por completo que era la segunda que se rompía sin que nadie la tocase justo ante la presencia de ambos—. Y me gustaría discutir sobre esto más a fondo...

— ¿Estás proponiendo una cita?

Entonces alguien llamó a la puerta de su cubículo, y por la puerta de vidrio, Will reconoció a la persona. Se trataba de Silvina, sostenía un par de libros entre sus brazos y su mochila estaba colgada sobre su hombro derecho; la muchacha parecía sorprendida de hallar a alguien en el cubículo del profesor Graham, y aunque había tratado de ocultar su sorpresa, había sido evidente para ambos hombres dentro. Will entonces, casi como acto reflejo, se puso de pie y alternó un par de miradas entre su invitado y la muchacha al otro lado de la puerta como si tratara de enviar a Hannibal el mensaje de que la presencia de una estudiante era la señal que necesitaban para que saliera de su cubículo.

ᴍᴀᴄᴀʙʀᴇ | ʜᴀɴɴɪɢʀᴀᴍWhere stories live. Discover now