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El retumbar de los zapatos que chocaban contra la madera del piso era fuerte y rápido, cómo si la persona que los portaba llevara prisa, casi corriendo, acercándose cada vez más hasta donde se encontraban.

Esperando su llegada, se recostó sobre el descanso de sillón de piel, extendiendo sus brazos por todo el largo, subiendo una de sus piernas sobre su rodilla. Sus ojos se enfocaron en la suave luz que bajaba desde el techo, perdiendose en los rayos amarillos que segaban su vista conforme el tiempo pasaba.

Sus labios se arrugaron, formando un círculo del cual después de un rato salió un silbido largo y agudo, para más tarde convertirse en un tarareo, siguiendo un ritmo que en cierta forma era melódico.

—Siéntate bien, ¿no puedes hacerlo?— la hostil voz viajó desde el otro lado de la habitación.

El hombre sentado sobre la silla al otro extremo del lugar, estaba erguido sobre su espalda, con las piernas cruzadas. En su mano izquierda sostenía una copa de vino, la cual giraba sobre sus dedos, de ella bebiendo pequeños sorbos.

No haciendo caso a sus palabras, siguió con su conducta habitual, silbando la canción cada vez más odiosa.

—Cállate de una vez si no quieres que te corte la lengua— lo fulminó con su mirada, demostrando que era una advertencia y dejando en claro sus intenciones.

Al ver esos ojos tan oscuros, decidió que era tiempo de parar. No porque le tuviera miedo, en absoluto, pero no le gustaba hacer enojar a su socio más de lo normal como para causar problemas que no necesitaba.

—Bien, bien, como desees— levantó sus manos en son de paz, retirando su mala postura, acomodándose de mejor forma sobre su asiento.

Los pasos que anteriormente se escucharon se detuvieron, y nuevas voces se hicieron presentes detrás de la puerta.

Ambos hombres posaron su atención en el mismo lugar, esperando que la persona detrás tomara la iniciativa de entrar.

—Apresúrate— la misma voz gélida de antes ordenó.

Un segundo después el rechinar de la puerta se oyó, dejando ver cierta parte del cuerpo de dos personas, una tras la otra.

Al parecer ambos, se deducía que eran hombres. Uno de ellos era un alfa debido a su anatomía más atelitaca que el otro, el cual era un beta por su falta de olor.

Los dos alfa que estaban allí desde antes los observaron a ambos, analizando sus expresiones faciales y movimientos corporales. Sabían que no se trataba de buenas noticias.

—¿Qué fue lo que pasó?— soltó, dejando de lado la copa de vino y arrugando su ceño, preparado para lo que estuviera apunto de decir el alfa.

—Señor— el alfa que estaba de pie comenzó a hablar.— Nos informaron que el cargamento que mandamos a occidente fue detenido.

—Ah, ¿cómo es que pasó? Estaba seguro de que llegaría a tiempo sin ningún retraso— sus gestos eran muy expresivos, así como la despreocupación en su voz.

—Era de esperarse, teníamos un cincuenta por ciento de probabilidades de que fallara— tomó un sorbo, dejando que su boca absorbiera el sabor amargo.— Pero el próximo cargamento no tendrá fallas.

Tanto el alfa como el beta se miraron con complicidad, no pensaban lo mismo que su superior, y no solo eso, estaban casi seguros de que no funcionaria cómo lo planearon desde un principio.

El alfa sobre el sillón se dio cuenta de esto, comenzando a señalarlos con su dedo índice uno por uno. —Hay algo más, ¿cierto? Vamos, díganme que pasó.

Entre tus manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora