XXXVI. Valentina conoce a Paulina

193 36 10
                                    

Victoria salió llena de coraje e impotencia, las lágrimas fluían empapando sus mejillas.

–Necesitas calmarte, mamá –le pidió María a las afueras del hospital.

–¡Cómo me voy a calmar, María! No pude terminar de explicarle nada –dolida.

–No podemos hacer nada, mientras él no hable y Christopher no nos lo permita, no tiene caso intentarlo, vamos a salir perdiendo nosotras –sentenció.

–Es que él no me va a querer escuchar nunca –con dolor.

–Es la consecuencia de hacer mal las cosas...

La interrumpió con coraje. –¡Ya lo sé!, ¡maldita sea!, en este momento solo quiero encontrar una forma de arreglarlo.

–Pues así no la vamos a conseguir, mamá, Christopher estaba furioso cuando se dio cuenta que lo estaba tratando de distraer –sentenció–, nos conoce muy bien, principalmente a ti.

Victoria se dejó caer de rodillas y se soltó en llanto. Esta vez no quería y no podía perderlo, debía poder hablar con él, explicarle todo. Vio tanto dolor en su mirada que se sentía miserable de saberse la culpable de todo ese sentir que lo estaba invadiendo. María solo pudo mirarla en silencio, no tenía palabras de consuelo.

Después de unos instantes en esa situación, ambas caminaron de regreso al hotel para encontrarse con un Franco furioso.

–¡Cómo es posible que sigas siendo tan egoísta!

–Yo no iba a dejar que Heriberto siguiera creyendo que tú y yo tuvimos una hija –sentenció–, tal vez no era el momento, pero es muy posible que no existiera otro –aceptó– y definitivamente lo último que deseo es que su cabeza siga creyendo que yo provoqué una infidelidad en el matrimonio de sus padres cuando tú y yo sabemos que no es así.

–¿Y qué pretendes entonces, Victoria? –Molesto–. Porque a mí me queda claro que tú no estás dispuesta a vivir con él una relación a largo plazo y no quiero que sigas jugando.

–Estoy dispuesta a lo que sea por él, ¿no te ha quedado claro? –Con un nudo en la garganta.

Se hizo un silencio pesado.

–¿De verdad? –Incrédulo–. Por favor, Victoria, tú no vas a aceptar vivir con mi hijo nada que te pueda poner en riesgo, sin importar qué pase, porque tu edad no va a cambiar nunca y tu cuerpo no se va a alterar con el paso del tiempo y mi hijo no se va a encerrar para que tú puedas tener privacidad. Estoy cansado de saber que solo vas a pensar en ti.

Victoria lo miró con un nudo en la garganta, esta vez Franco se equivocaba, ella quería una vida con Heriberto y si él le daba la oportunidad, no lo desaprovecharía por nada del mundo.

–Esta misma noche nos vamos a Heidelberg, María, Paulina y yo –sentenció Victoria con seriedad–, tú sabrás si quieres acompañarnos o prefieres quedarte aquí en Málaga. Christopher me prohibió ver a Heriberto, así que no podré ingresar a la habitación en ningún momento, no me queda opción, solo puedo continuar mi vida y esperar a que el universo acomode todo, porque también Valentina me necesita, ya ha sido demasiado tiempo lejos de ella.

Sin darle tiempo de replicar nada más, se dirigió a la habitación donde la pequeña seguía descansando y comenzó a guardar todo. Franco se fue detrás de ella.

–¿Te vas así nada más?

–¿Qué quieres, Franco? –Molesta–. No pienso rogarle a Christopher y mientras tu hijo no pueda hablar, no sabemos qué piensa realmente así que no tengo más opción. Además, te recuerdo que dejé una niña de cuatro años en Heidelberg que está sufriendo mi ausencia y dadas las circunstancias, aquí ya no soy necesaria, ¿no te parece? –Guardando todo–. Debo dejar las cosas en manos del tiempo y del universo, ya no hay más. Si Heriberto me creyó y en algo le causó curiosidad, preguntará por mí o me buscará al salir para terminar la conversación, si no es así, me quedará claro que no quiere ni mi explicación ni nada –con un nudo en la garganta–, así que no pienso seguir aquí, tengo dos niñas de las cuales me debo hacer cargo y que me necesitan.

InmortalidadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora