XXI. Las apariencias engañan

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*A la mañana siguiente*

Elena fue la primera en reaccionar y se quedó contemplando a Heriberto por unos instantes en completo silencio. Sus facciones tan varoniles, su aire lleno de masculinidad, el olor de su fragancia. Sin duda podía vivir eternamente entre sus brazos, pero ¿qué pasaría? Si ella dejaba que Heriberto entrara de lleno en su vida, en algún punto, tendrían que separarse porque el tiempo no perdonaba y la diferencia de edad sería inminente.

Ella sabía que el sentimiento que estaba floreciendo por Heriberto iba más allá de un simple entendimiento sexual o de una pasión fugaz, con él había aprendido lo que era sentir mariposas en el estómago cada vez que se miraban, tener el corazón acelerado al verlo acercarse a ella y, sobre todo, la ilusión de compartir más que una noche juntos, sino toda una vida.

Sin embargo, no era posible vivirlo, por lo menos no así. Tendría que buscar opciones de ayuda, como tantas veces le había pedido María, pues quizá, si llegaba a encontrar un camino, podría acceder a vivir plenamente por el tiempo que pudiera hasta encontrar una forma de revertir el problema que tenía.

Estaba sumergida en sus pensamientos que no se dio cuenta cuando Heriberto despertó y se quedó contemplándola.

–Buenos días –saludó divertido al verla tan perdida en su mente.

–¡Despertaste! –Reaccionando.

Él no pudo evitar largar una carcajada. –Así es –divertido–, en algún punto tenía que suceder ¿no? –Sonriéndole–. ¿En qué pensabas?

–En la locura de tu propuesta de anoche y todos los cambios que pueden venir –sonriéndole.

–¿Te arrepientes? –Preocupado.

–No, no lo tomes a mal, solo que hace mucho que no dejaba que una persona entrara a mi vida de esta manera –suspiró–, ha sido complicado.

–¿Por qué? –Curioso.

–Digamos que... mi vida no es tan común y corriente como parece, pero ya te contaré más adelante el porqué, no es un tema que me guste mucho platicar.

–¿Tiene que ver con tu rechazo a las fotografías? –Perspicaz.

–Tal vez –evadiendo el tema, con un poco de nerviosismo, pues no quería más preguntas al respecto.

Heriberto entendió que esa cuestión le era muy incómoda a Elena, aunque no tenía demasiado claro el porqué, prefirió esperar a que ella decidiera contarle, así que mejor cambió el tema.

–¿Te parece si salimos a desayunar y a dar una vuelta?

–Suena bien la propuesta –sonriendo.

Mientras se estaban alistando, entró una llamada de Fernanda al teléfono de Heriberto.

–Hola, Fer, ¿cómo estás?

–¡Tú cómo crees, Ríos Bernal!, ¿por qué me tuve que enterar por otra persona que cambiaste todos nuestros planes en la Ciudad de México por un proyecto en Playa del Carmen que siempre habías rechazado?

Heriberto suspiró. –Iba a platicar con ustedes mañana del cambio de planes.

–¿Mañana que nos hubiéramos regresado a la Ciudad de México? –Molesta.

–Fernanda, de verdad, no entiendo por qué te pones en ese plan –incómodo.

Elena escuchaba sin decir una palabra, pensando que, en parte, Fernanda tenía razón.

–Heriberto, tú no eres así y perdóname, pero a mí nadie me quita de la cabeza que tú conociste a alguien y por eso estás actuando así de extraño –explotando–, no sé quién sea la trepadora que te ha engatusado, pero estoy convencida que no puede ser una buena persona cuando hace que tú dejes de lado todas tus responsabilidades.

InmortalidadWhere stories live. Discover now