Capítulo Tres.

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Pasaron tres días desde la llegada de Jeong Yunho a su palacio, tres días que se parecían al calvario mismo, pues por su propia insolencia tuvo que cumplir con las palabras que le había comunicado a su padre acerca de hacerle el recorrido por todo el palacio al nuevo Consejero… Que arrepentido estaba, Seonghwa deseó en cada segundo —que parecían interminables— que la tierra se le apeteciera abrirse de par en par, que le engullese por completo y dejándolo allí encerrado para hacerle recapacitar y se replantease la pregunta que desde esa cena que para él fue incómoda… Lo deseaba solamente para torturarse.

Porque la tierra no se podía abrir justo bajo sus pies y mucho menos tragárselo y esconderlo de aquellos ojos brillantes como zafiros… Y sabía que un par de ojos tampoco tenían esa capacidad, pero los de Yunho, de alguna manera sí cumplían con ello. Seonghwa se aborreció en cada momento, a la hora de abrir la boca mientras paseaba con las manos tras su espalda y le guiaba por cada pasillo, todos los corredores, mostrándole los salones y distintas aéreas del castillo para que Yunho pudiera adaptarse… Como un pez buscando aclimatarse a aguas desconocidas.

Cada vez que debía explicarle algo acerca de una pintura con su familia plasmada —porque su padre así se lo había pedido, para saciar de conocimientos a Jeong—, la garganta se le secaba y la voz le salía apagada, fría… Su mirada se volvía filosa al posarse sobre el inmaculado rostro del rubio pecoso. A pesar de eso… De su distancia al conversar con él, Yunho le mantenía la mirada, como si fuese un desafío que estaba dispuesto a enfrentar, pues se mostraba firme, sin ningún ápice de lo que había sido hace unos días… Con la guardia baja, queriendo agachar la cabeza para no observarlo directamente.

Yunho era un ser que le estremecía de pies a cabeza con el simple nombramiento de cualquier persona… Lo curioso era que no lo odiaba, simplemente esas malas espinas que se le clavaban y pinchaban, eran lo que le impedían ser más flexible con él. Y la peor parte era que toda persona que le miraba, caía… Porque estaban seguros de que Jeong Yunho era lo que el Reino necesitaba para mejorar con creces cada día, por su positivismo ante la vida, su sonrisa que no flaqueaba —y vaya que eso lo sabía bastante bien, aunque gracias a su actitud, Seonghwa no había tenido las oportunidades de ver a Yunho sonreír con amplitud hacia su persona…— y la amabilidad inquebrantable que efectivamente, era su fuerte. El rubio no podía avanzar sin darle un saludo a cualquier individuo, brindar sonrisas radiantes e incluso entablar cortas conversaciones al presentarse como el nuevo Consejero Real del rey.

Haciéndole quedar como una escultura a su lado, escuchando y observando cada movimiento con el rostro serio e indiferente.

Yunho se mostraba firme, no dudaba y ni siquiera temblaba, era impecable cada expresión que empleaba, sus palabras eran claras, dichas con un tono de voz encantador como el color de sus ojos azules, movía las manos expresivamente, se apartaba el lacio cabello del rostro cuando la brisa fresca lo revolvía y hasta ese simple movimiento era cuidadoso, creado con la capacidad de hacer a todas las mujeres de servicio suspirar y a los hombres encargados del peso pesado envidiar, porque deseaban ser así de bien parecidos para impresionar. Seonghwa disimulaba que no le fastidiaba aquello, presenciar como Yunho era el centro de atención con su tan vacilante y educada manera de ser… Le fastidiaba, sí… Y él ni siquiera tenía una explicación lógica para sí mismo de porqué era así.

“¿Por qué me molesta que le admiren?” Se preguntaba cada noche antes de dormir, mirando al cielo artificial que desde su niñez estaba plasmado en el techo alto de sus aposentos, perdiéndose en el celaje de las nubes que allí había. “¿Por qué me siento peor con cada día que paso a su lado?” Se cuestionaba, y no había respuesta para ninguna de sus interrogaciones que cada vez, se hacían más pesadas y absurdas.

“¿Por qué no puedo arrancarme el corazón del pecho para dejar de sentirlo latir cuando le tengo en frente?” Extremista, dramático… Simplemente lunático y perdido, porque cuando le observaba congeniar con su familia, cuando se concentraba en él para detallar sus impecables gestos, su órgano vital le traicionaba y corría a todo dar, como un caballo suelto en la llanura. “¿Por qué no puedo dejar de mirarlo, cuando me muero de ganas por apartar la vista...?” Alucinando cada vez más en sus lagunas mentales, las cuales, le cortaban el aire a cada palabra que llegaba a su imaginación.

❛ ENIGMA。Where stories live. Discover now