Elis

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Dentro de la mágica tierra de Eldaris podemos encontrar territorios repletos de criaturas mágicas, sin embargo, esta historia comienza en una pequeña aldea humana donde la magia nunca se hacía notar. A pesar del resto de criaturas que habitaban estas tierras, los humanos no habían sido bendecidos con los dones de la magia, aunque eso nunca los había detenido en su codicia y sus creencias de ser superiores a cualquier otra raza.Sin embargo, después de que los acuerdos de paz entre humanos y seres mágicos fueron firmados hace cien años, los humanos decidieron quedarse asentados en los territorios que les pertenecían para no crear más disputas con los seres mágicos: Crearon aldeas y las rodearon de murallas, se dedicaron a la invención y construcción de herramientas que les permitieran suplir la falta de elementos mágicos en su vida, también crearon una jerarquía social con reyes, nobles e incluso sirvientes, no obstante, estas clases sociales sólo se hacían notar en las ciudades que poseían un gran capital, en aquellas aldeas más pobres, todos vivían como iguales y se ayudaban entre ellos, viviendo de forma muy similar a la que hacían los seres mágicos.

En una de estas pobres aldeas, Arandmere, habita una joven de estatura media y delgada, aunque con curvas suaves y aspecto saludable, el cabello largo y pelirrojo normalmente recogido en un moño desordenado, muy reservada que se encarga de la antigua panadería de sus padres. Las personas de esta pequeña aldea la conocen como Elis, aquella niña que siempre tuvo que cuidar de ella misma debido a que se quedó sola cuando aún era muy pequeña. Todos conocían su historia pero nadie sabía bien lo que había ocurrido y todos en aquel entonces eran muy pobres para hacerse cargo de una boca más a la que alimentar, por lo que Elis tuvo que aprender a sobrevivir por ella misma.

La vida de Elis era muy tranquila, todos los días se levantaba muy temprano para preparar los productos que quería vender en su panadería y se dedicaba a ella hasta que oscurecía y todos volvían a sus hogares. Todos los días la misma rutina, pero ella no se sentía triste, disfrutaba de poder colaborar con su comunidad y se había ganado su respeto del resto de aldeanos, todos la valoraban gracias a su duro trabajo y a cómo había llegado tan lejos ella sola. No obstante, esta tranquilidad se vio interrumpida cuando una noche las pesadillas comenzaron.

Elis se encontraba en medio de una llanura, rodeada de árboles quemados y restos de edificios en ruinas. El cielo estaba oscuro, cubierto por una nube de humo y cenizas que lo hacía parecer como si fuera la noche más oscura. De repente, comenzó a sentir un calor insoportable que le quemaba por dentro, como si estuviera parada en medio de un incendio forestal. Miró hacia el horizonte y vio una figura aterradora: un ejército de humanos marchaba hacia ella, destruyendo todo lo que encontraban a su paso.

Pero no eran humanos normales, eran seres corrompidos por la codicia y la ambición. Sus ojos brillaban con un fuego oscuro, y sus cuerpos estaban cubiertos de una niebla negra que emanaba de ellos. Destruían la magia de forma despiadada, sin importarles las consecuencias ni el dolor que estaban causando.

Elis intentó huir, pero se encontró rodeada por las llamas y la oscuridad. Podía escuchar gritos y lamentos de seres mágicos que pedían ayuda, pero ella no podía hacer nada para salvarlos. Solo podía correr, correr hasta que sus piernas no pudieran más.

Finalmente, llegó a un bosque que parecía estar a salvo de la guerra, pero pronto se dio cuenta de que no era así. Los árboles empezaron a arder y a marchitarse, y las criaturas mágicas que vivían allí fueron destruidas por las llamas. Elis intentó luchar, pero se sentía impotente y sola ante la destrucción que estaba presenciando.

Cuando volvió a abrir los ojos se encontraba en su maltrecha cama llena de sudor y con la respiración agitada. Aquella sólo fue la primera de muchas noches en la que esa terrible pesadilla le acechaba. La inquietud invadía a Elis cada día aunque trataba de centrarse en su trabajo, sin embargo, había empezado a temer a la noche, ya no podía cerrar los ojos sin que esas terribles imágenes de destrucción y dolor le aparecieran en su mente, tanto era el miedo que la llenaba durante las noches que había dejado de dormir. Cada día el cuerpo le pesaba más hasta que un día no pudo más y, mientras trabajaba la masa del pan de ese día, se quedó dormida, no obstante, las pesadillas cambiaron, a pesar de que seguía de pie en aquel bosque, esta vez no había fuego ni oscuridad ni un ejército que avanzaba hacia ella, esta vez el bosque se encontraba en calma, era una noche tranquila y sentía como un pequeño hilo tiraba desde su interior, quería que le siguiera, quería guiarla. Elis empezó a caminar en la oscuridad del bosque intentando no tropezar con las raíces de los árboles, siguiendo ese pequeño tirón que sentía en su interior, hasta que llegó a un claro iluminado por la leve luz de la luna, un claro lleno de unas extrañas construcciones. Cuando se acercó un poco más se dió cuenta que estas construcciones eran las ruinas de una antigua ciudad, más antigua de lo que ella podía imaginar. Fue caminando entre los antiguos edificios derruidos hasta que llegó a una gran pared que se había mantenido intacta. Las imágenes que aparecían en ella eran antiguas y llenas de colores vivos y brillantes, se podían apreciar criaturas mágicas de diferentes formas y tamaños, alas, cuernos, seres cubiertos de escamas o con la piel cubierta de pelaje. Estaban luchando contra un ejército de humanos que parecían estar destruyendo todo a su paso. La imagen era desgarradora: seres mágicos y humanos heridos y sangrando, algunos incluso muertos en el suelo, mientras que los ejércitos seguían avanzando.

Elis se acercó tanto al mural que al extender su mano podía tocar la piedra cubierta de aquellas pinturas, con los ojos cerrados extendiendo su brazo y dejando que aquella sensación siguiera tirando de ella intentó hacer contacto con la piedra fría, pero sus dedos no llegaron a sentir la piedra y, cuando volvió a abrir los ojos, se dió cuenta de que ya no se encontraba en aquel bosque rodeada de las ruinas y que el mural que había tenido frente a sus ojos había quedado muy lejos. Se encontraba de nuevo en la mesa de elaboración de su panadería y, a lo lejos, escuchó una voz que la llamaba.

¿Elis? Elis, cariño - Era la voz de la señora Morwenna - Elis, ¿te encuentras bien?


La señora Morwenna era de las pocas personas de esta aldea que se habían preocupado por la joven Elis desde que era pequeña, aunque la única forma que había tenido de ayudarla era acudir a su panadería diariamente. Era una señora de edad avanzada que había tenido muchos hijos y algunos nietos, cada día acudía a la panadería y compraba algo de pan y, si tenía suerte, algunos dulces, además, siempre se preocupaba por Elis y se aseguraba de que se encontraba bien y aconsejándola siempre que podía, aunque la joven no solía hacer mucho caso de los consejos que le daba la gente. Por eso no le sorprendía que, aquella mañana, al haberse quedado dormida y, por tanto, no haber abierto su local a la misma hora de cada mañana fuera la voz preocupada de la señora Morwenna la que estaba escuchando. Elis se levantó de inmediato y se limpió los restos de la masa de la cara y de su ropa, que siempre intentaba llevar lo más limpia posible a pesar de trabajar todo el día rodeada de harina.

Buenos días señora Morwenna - dijo Elis intentando mostrar una sonrisa cariñosa

como siempre, aunque aún tenía aquel horrible mural fresco en la memoria - Lo siento, hoy me he quedado dormida, no creo que pueda abrir hoy la panadería pero puedo ofrecerle algunas de las sobras de ayer que aún están en buen estado.

La señora Morwenna mirlo con ojos preocupados a Elis, nunca se había quedado dormida y nunca había dejado su panadería cerrada, sin embargo, no hizo ningún comentario, ya conocía a la joven de hacía muchos años y sabía que no le iba a dar ninguna explicación más allá de lo que ya había dicho. La señora le dió las gracias pero rechazó la oferta de las sobras diciéndole que se las quedara para ella, que le hacía falta comer, tampoco se guardó para ella el comentario habitual de lo delgada que la veía.

Ese día Elis se dedicó a preparar todos los productos de su panadería para el día siguiente y a limpiar todo el local sin dejar de pensar en aquel mural que había visto en su sueño, aunque tampoco tenía muy claro si podía considerarlo un sueño, había sido tan real...

Tratados de la DiscordiaWhere stories live. Discover now