Mural

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Elis volvió a despertarse esa madrugada. Otra vez le habían invadido esas espantosas imágenes de guerra, imágenes de criaturas mágicas y humanos luchando sin piedad, heridos, muertos... Otra vez se había despertado envuelta en sudor y con la respiración agitada. Se levantó de su cama y caminó hacia la pequeña ventana en su cuarto para sentir la brisa fresca de la noche.

Las pesadillas se habían vuelto más intensas y vívidas que antes. Estaba convencida de que las imágenes que aparecían en sus pesadillas eran las mismas que había visto en aquel mural o que, al menos, tenía alguna relación y no podía evitar pensar en todo eso a lo largo del día. Había algo, algo que la llamaba y le transmitía que todo aquello tenía un significado importante, que intentaba transmitirle un mensaje importante, un mensaje antiguo reservado únicamente para ella. Lo notaba en aquel hilo invisible que tiraba de ella constantemente desde que aquella mañana había visto aquellas pinturas. ¿Qué significaba todo aquello?¿Por qué ella? ¿Dónde estaba? Elis necesitaba respuestas, pero no sabía por dónde empezar.

Cuando el frío empezó a colarse por sus huesos decidió cerrar de nuevo la ventana y volver a la cama para tratar de dormir, aunque en unas horas tuviera que volver a levantarse para ocuparse de aquel pequeño negocio que le dejaron sus padres.

Durante los días siguiente, Elis trató de seguir su vida como hasta entonces, como si las pesadillas no siguieran ocurriendo cada noche, cada vez más temibles, como si ya no tuviera mieda de cerrar los ojos y ver toda esa muerte, toda la masacre causada por la guerra entre los humanos y los seres mágicos. Solamente ella y sus masas de harina. Ella mostrando su sonrisa simpática a sus vecinos; aquellos que la habían visto crecer siempre con una sonrisa amable en la cara para ellos, a pesar de todo lo que había vivido. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos, las ruinas y las pinturas no salían de su cabeza.

Tras muchas noches sin dormir, Elis decidió que no podía vivir así, las pesadillas nunca la volverían a dormir tranquila si no encontraba su origen. Rápidamente se levantó de su cama mientras la noche aún invadía de oscuridad todo su cuarto, cambió su ropa de cama por una que le permitiera moverse cómodamente y salió de su casa sin nada más que una pequeña luz que no se atrevería a encender hasta que no se encontrara lejos de su aldea, nadie la seguiría pero no quería arriesgarse a que algún vecino la viera saliendo a aquellas horas de la noche y tener que dar explicaciones más adelante. No, ese sería otro de sus secretos.

Caminó en silencio por aquellas calles que conocía tan bien, las calles por las que había crecido y corrido durante tantos años hasta llegar el límite, una vez que cruzara aquella invisible línea sabía que no habría vuelta atrás. A pesar de estar decidida a seguir adelante, sus manos comenzaron a temblar levemente, una mezcla entre miedo y nerviosismo, nunca antes había salido de aquella pequeña aldea, sin embargo, esa noche el hilo tiraba de ella más que nunca, como si supiera lo que estaba ocurriendo, lo que estaba haciendo, lo notaba vibrar con fuerza de entra.

Cogió aire y, sin apartar la vista de la oscuridad que se abría frente a ella, comenzó a caminar en dirección a los primeros árboles que se habrían frente a ella, el principio de aquel bosque. No sabía exactamente a dónde se dirigía pero tampoco tenía dudas, seguía aquella llamada que la había estado persiguiendo desde que tuvo aquella primera pesadilla, el hilo vibrante que la unía a aquellas ruinas y las misteriosas pinturas.

Era como si estuviera en trance, ya no sentía nada, era como si alguien o algo más estuviera controlando su cuerpo en lugar de ella misma, simplemente caminaba entre los árboles esquivando raíces y arbustos y pequeñas criaturas nocturnas que se habían despertado para alimentarse. En algún momento había perdido la pequeña luz que había traído con ella, pero no se dio cuenta de cuándo. Seguía ciegamente aquel sentimiento. La noche era fría, pero Elis estaba acostumbrada a que la brisa le acariciara el cuerpo ya que su casa era vieja y de madera, siempre le costaba calentarla en invierno, así que al final se había acostumbrado. Mientras caminaba, arrastraba las manos por las cortezas ásperas y rugosas de los árboles, de vez en cuando las texturas cambiaban y podía notar el musgo e, incluso, la resina pegajosa. La noche era tranquila y, a pesar de lo tarde que era, de vez en cuando podía escuchar algún pajarillo pero, sobre todo, escuchaba criaturas de todo tipo arrastrarse por el suelo huyendo de sus pasos. También notaba la humedad en el ambiente, hacía unos días había llovido y el terreno estaba húmedo y el olor a tierra mojada y hojas se le colaba por la nariz.

Tratados de la DiscordiaWhere stories live. Discover now