Eryndor

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El reino de Amaranthia, repleto de magia y sus criaturas, tenía muy poco en común con la que allí conocían como la Tierra de los Hombres. Estas tierras destacaban, además de por la magia, por estar repletas de una gran naturaleza: ancianos árboles en los que se habían asentado mágicas criaturas y convivían sin dañar la naturaleza, mágicos lagos en los que siempre se reflejaba brillante el cielo y te invitaban a refrescarte, flores de todos los colores conocidos y por conocer y con las formas más extravagante, pero sobretodo destacaban las criaturas que habían habitado Amaranthia desde el principio de los tiempos, estas criaturas vivían en armonía con esta mágica naturaleza y todos tenían su propia función propósito en aquel ecosistema.

Entre estos seres encontramos a un joven dracónido, joven dentro de su especie ya que nadie podía realmente determinar su edad, todos afirmaban que siempre había estado ahí y que seguramente seguiría estando cuando todos se fueran. Eryndor era un ser majestuoso y muy poderoso, su piel estaba cubierta de brillantes escamas que reflejaban brillantes todos rojizos y dorados y, entre los mechones de su cabellera azabache, emergían dos cuernos largos y retorcidos, además, poseía alas grandes y membranosas. Sin duda, nadie podía negar que pertenecía a la raza de los dragones, aunque nunca hubieran visto ningún otro a parte de Eryndor.

A pesar del aspecto imponente, su belleza era elegante y cautivadora y su personalidad alegre y extrovertida, por lo cual todos disfrutaban de su compañía. Esa mañana, Eryndor se encontraba en su casa, situada en un gran claro rodeado de altos y frondosos árboles a los pies de una montaña enorme del territorio de Mystralith, acompañado de varias ninfas que se habían quedado la noche anterior tras una pequeña reunión que organizó. Realmente pocas veces se podía encontrar a Eryndor solo, su gran personalidad siempre le permitía hacer amigos fácilmente. Sin embargo, la mayor parte de sus días los dedicaba a leer y estudiar la magia antigua, siempre con el propósito de aprender para ayudar a todos aquellos seres que convivían junto a él en los territorios de Amaranthia. Al fin y al cabo, a su raza se les consideraba los protectores de aquellas tierras y él era el único que quedaba, aunque siempre rechazara el conflicto.

Eryndor estaba preparando el desayuno para sus invitadas cuando de pronto detectó un sonido muy familiar, no le hizo falta darse la vuelta para saber quién era.

- Vas a terminar rayando el suelo con esas pezuñas tuyas - Dijo Eryndor a modo de saludo mientras servía el desayuno en la mesa.

- ¿Así es como saludas a un viejo amigo? - Contestó el centauro con una sonrisa.


Thalassius había trabajado para Eryndor desde que era muy joven recorriendo las tierras de Amaranthia para traerle mensajes y noticias de todos los territorios, sin embargo, después de tantos años, había surgido una fuerte amistad entre ambos. Se podría decir que el centauro había sido el único amigo cercano que Eryndor había tenido en mucho tiempo y, además, era su consejero personal. A pesar de los conocimientos que Eryndor poseía, Thalassius era el cerebro en el equipo, era el que mantenía la calma cuando las cosas se complicaban.

- Traigo noticias preocupantes - Dijo Thalassius serio. Eryndor suspiró mientras masticaba su desayuno.

- ¿Los rebeldes de nuevo? - Sólo levantó un poco la vista de su plato, él también estaba serio, sabía hacia dónde iba esa conversación. No necesitó una contestación de su amigo, ya sabía la respuesta. Últimamente habían aumentado los grupos de rebeldes que querían terminar contra el avance de los humanos y sus intentos para atacarlos no cesaban, aunque sabían muy bien que no podían conseguir nada mientras los acuerdos siguieran por medio, así que muchos seres mágicos que se habían unido a los rebeldes estaban terminando encarcelados, a pesar de que eso iba en contra de sus principios. - Ya sabes cuál es mi postura respecto a todo lo que está pasando.

Tratados de la DiscordiaWhere stories live. Discover now