Capítulo 2: Un funeral en verde musgo

74 18 8
                                    

Estático

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Estático.

Demasiadas preguntas se agolpaban en mi cabeza mientras los brazos ajenos de una mujer acongojada me rodeaban como si yo fuese el único puerto en un inmenso océano.

¿Era una broma?

Demasiado real para ser una, todos los presentes llorando, los crespones ocupando varios sectores del ambiente.

¿Me había contactado un fantasma?

Había escuchado de casos similares meses atrás en uno de mis podcasts de terror favoritos. Ya me veía contactando a los creadores para contar la historia de cómo viajé tres horas a Marbes para encontrarme con que mi comprador ya estaba muerto.

Que fuese una broma o que la compra fuese realizada por un fantasma no respondía por qué esa mujer me estaba abrazando.

—Puedes ir a verlo —dijo señalando el ataúd.

—No, yo… no creo —mi cabeza empezó a dar aún más vueltas, las palabras no salían claras.

—Si no lo haces ahora… —susurró la mujer, sacando un pañuelo para secarse la nariz—. Luego te arrepentirás, sé todo lo que viajaste, sé que no te esperabas esto. Nadie lo hacía —pausó para tomar aire, acariciando mi mejilla con gesto maternal—, ve, despídete de mi Alejito.

Un hombre apareció detrás de mí y tomó mi bolso y la caja con la computadora. En una situación normal, probablemente mi instinto de preservación me habría llevado a darle un golpe, pero mi cuerpo no reaccionaba a nada, ni siquiera podía formular un simple "esto es una confusión".

La persona que me había quitado las cosas las dejó junto a un perchero lleno de ropa negra, probablemente los abrigos de los presentes.

El hombre, de aparentes cuarenta y pico años, se percató de que lo estaba siguiendo con la mirada desorbitada y solo me sonrió con toda la tristeza del mundo.

Lo distinguí como un padre, lo cual era gracioso porque jamás había tenido uno. Si yo muriese, mi funeral estaría lleno de compañeros de la secundaria —la cuál abandoné— y una madre… que nunca había sido muy madre que digamos.

Quería decir algo, pero solo me mordí el labio y avancé a dónde estaba el cajón. Era negro con terminaciones plateadas —probablemente más costoso que la computadora que yo traía, lo cual significaba que NO ERA UNA PUTA BROMA—, y estaba abierto.

Un muchacho sentado cerca del ataúd me observó de manera minuciosa mientras bebía de un vaso de plástico. Lucía cómo debía lucir cualquier sueño adolescente; cabello claro, espeso y maleable, ojos pardos y de esa piel blanca que de seguro se ponía rosa al contacto.

Aparté la vista y me centré en la persona que se hallaba en el féretro. Era un niño.

Debía tener unos dieciséis o diecisiete años y entre todos los detalles que podría haber sacado del chico, lo único que noté es que no tenía cabello.

Sucedió en MarketplaceWhere stories live. Discover now