Capítulo 3: Habitación usurpada

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Las personas en la parte delantera del auto se llamaban Camila Torres y Joaquín Núñez. Estaban casados aunque no compartían el mismo apellido.

Joaquín manejaba despacio, como si aún fuese detrás del coche fúnebre o no quisiera volver a la casa. Supuse que era un poco de ambas. Camila sollozaba un poco pero de vez en cuando colocaba la mano sobre la de su esposo y se quedaban así durante un par de cuadras.

Cuando llegamos a la casa ya era noche cerrada. Entré y pude constatar que mis cosas seguían allí.

—Debería irme, no quiero seguir molestando.

—No molestas, Basi —dijo la mujer mientras corría los muebles del lugar. Probablemente dónde pertenecían antes de haber sido puestos a un lado para que cupiera el cajón—. ¿Desde donde viniste?

Era raro verlos así, a dos personas que acababan de enterrar a su hijo siendo activos y considerados a pesar de su dolor.

—Lombardi —respondí.

—Son varias horas de viaje —dijo el hombre, ayudando a Camila a mover una mesita de té que lucía pesada—. ¿Tren?

—Sip —respondí sin saber si tenía que ayudar en la reorganización de una sala de estar que nunca había pisado en mi vida y que jamás volvería a pisar, pero decidí que quedarme junto a mis cosas sería lo más seguro.

Joaquín se irguió con una mano en su espalda baja y luego observó el reloj que traía en su muñeca.

—A esta hora la boletería ya cerró —informó con una mueca que parecía de disculpa—. El último tren debe estar por salir.

Oh no. Oh no.

—¿Qué? ¿Están seguros? —cuestioné con terror—. Es muy temprano, apenas son las diez de la noche.

—Sí —afirmó—. Las boleterías cierran a las diez, el último tren parte a las once y luego cierran la estación. Quizás no suceda en Lombardi, pero en Marbes, que es pequeño y tranquilo, las estaciones cierran temprano.

El pánico se apoderó de mí. Ni siquiera sabía que las estaciones de tren cerraban, ¿dónde me quedaría entonces? Ya no había posibilidades de simular que no era un homeless al pasar una noche viajando en tren y luego durmiendo en un banco porque mi inexistente primo andaba de borrachera y olvidó pasar por mí a la estación.

Tampoco conocía la ciudad como para saber dónde había una plaza o un lugar seguro donde apoyar la cabeza hasta que abriera la estación nuevamente

—Quédate, hay una habitación libre ahora —comentó Joaquín con una sonrisa tan triste que por un segundo olvidé mis problemas.

Había cosas peores.

—No quiero molestar —fue todo lo que pude responder, pero por dentro el alivio que experimenté fue inmenso.

Camila sonrió con la misma tristeza y me tendió la mano.

—Ven conmigo.

Luego de tomarla de la mano las dudas me comenzaron a carcomer, ¿serían sectarios? ¿Pervertidos? ¿Me querían secuestrar? ¿Venderían mis órganos por Marketplace?

Al fondo del pasillo de la entrada había una escalera de madera que llevaba a la planta alta. La mujer me condujo por un pasillo de cuatro puertas, abrió la segunda y me invitó a ingresar, prendiendo la luz.

Era un cuarto hermoso. Las paredes eran azul cerúleo, la cama era un poquito más grande que la que yo había tenido en mi departamento, era de una plaza y media, lo suficientemente espaciosa como para desparramarse. La frazada que lo cubría era azul también, pero en una gama un poco más clara.

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⏰ Last updated: May 12, 2023 ⏰

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