Capítulo 24

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Se acercó a mi una vez que estuvo seguro que no me iba a echar a llorar, con las manos levantadas hacia arriba para demostrarme que no me haría daño. Me preguntaba qué cara tendría como para que me tratara de esa forma.

Pasó por encima del cadáver de Grigori sin inmutarse, caminando hasta ponerse de cuclillas a unos pocos palmos de distancia, mirándome con precaución. Mantuve mi mano aferrada a mi garganta, comenzando a sentir el dolor extenderse por cada golpe y herida abierta en mi pobre cuerpo.

Volví a toser compulsivamente, sin poder deshacerme por completo de la sensación de sus dedos apretándome la tráquea. Me dolía todo, la adrenalina se estaba yendo lentamente de mi organismo, dejándome como un trapo escurrido y viejo.

—Tranquila... —susurró, llevándose una mano a la camiseta para jalar hacia arriba— Te daré mi ropa para que te cubras.

Parpadeé, confusa, mirando cómo se la quitaba de un movimiento para tenderla hacia mí. Solo después de unos segundos me di cuenta que todavía estaba desnuda, con mis pechos expuestos por culpa de Grigori.

Me estremecí y tomé la camiseta negra que me tendía, avergonzada. Solo ahí me di cuenta de lo mucho que me temblaban las manos, y el cuerpo entero. Era un desastre. Me pasé la prenda por encima de la cabeza, jadeando cuando la tela rozó mi mandíbula sin querer.

Tenía sangre por todas partes, la piel hinchada donde los moretones se estaban formando, y el picor intenso del polvillo de Fiodor aún en mis dedos, que me apresuré a limpiar contra los pantalones.

Me empezaron a castañear los dientes, y tenía ganas de llorar. Muchas ganas.

—No mires —indicó Makari, volviéndose hacia el cuerpo detrás de él.

Aparté la vista de inmediato, aunque terminé haciendo una mueca ante el sonido que hizo cuando sacó el cuchillo de la garganta de Grigori. Vi de reojo cómo caminaba unos pasos más atrás tomando un bolso negro del suelo que no había notado antes.

Volvió a caminar hacia mí, inclinando la cabeza hacia un lado con un movimiento felino.

—¿Puedes ponerte de pie?

Negué con la cabeza, incapaz de hablar, rodeándome el torso con los brazos. De repente me estaba congelando, y el sol escondiéndose por la última línea de árboles no estaba ayudando en nada.

—¿Está bien si... te cargo? —preguntó, indeciso.

Asentí, extendiendo las manos cuando volvió a acercarse. Me miró por un momento antes de suspirar y pasar sus brazos por debajo de mi cuerpo para levantarme. Parecía dudar sobre qué hacer conmigo, y no sabía si era por mi aspecto lamentable o porque simplemente nunca se había encontrado con una situación así.

No era un mutante al que conociera mucho. Lo había visto solo un par de veces, hace más de un año y ni siquiera habíamos cruzado palabra. Pero había sido parte del grupo de caza de Leonid y al parecer, un buen amigo, así que me relajé, confiando en que me protegería.

No me sorprendió que me cargara con soltura, sin inmutarse ante mi peso, comenzando a caminar cuesta arriba por la pendiente de rocas, con el ceño fruncido ante el bosque ahora sumido en la oscuridad.

Moví la boca un poco, intentando analizar si tenía la mandíbula rota. Me dolía como el carajo, pero no creía que estuviese tan mal. Los raspones en mi cuerpo me escocían, pero apenas estaban sangrando, así que me había salvado de las suturas. Menos mal, porque las odiaba.

Caminó rio arriba, manteniéndose lejos de la línea de árboles, siguiendo el lecho del rio hacia donde supuse que estaban los demás. La verdad, no tenía ni fuerzas para decirle que teníamos un campamento por allí, ni siquiera era capaz de preguntarle si sabía dónde estaba Leonid.

SAMARA #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora