Capítulo 26

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Me apretujé la mantita sobre los hombros como si fuese una abuela de ochenta años.

Estaba sentada frente al fuego, pero mi cuerpo rebelde se negaba a entrar en calor. Maldita vida. Todo me tenía que pasar a mi. Y con lo que odiaba el frío.

Me senté un poco más cerca de las llamas, poniendo la manta sobre mi cabeza para poder extender las manos y que mis pobres dedos dejaran de estar rojos. Suspiré, agotada después de un día de caminar y caminar y caminar vaya a saber cuántos kilómetros río abajo, entre cientos de piedras.

Eché una ojeada por encima del fuego, para ver a mi equipo. Kira estaba mejor, después de la mordida del infectado, pero aún estaba demasiado agotada como para caminar, con subidas y bajadas de fiebre que la dejaban fuera de combate. Por fortuna, la infección estaba retrocediendo y ya no tenía alucinaciones donde se pasaba horas diciendo estupideces. O sea, más de lo normal.

Estaba dormida junto a Anya, quien se mantuvo a su lado para cuidarla casi todo el tiempo. Ambas estaban agotadas, así que se habían quedado fritas justo después de terminar de comer.

Alik también estaba allí, sentado a su lado, con la espalda recostada sobre un tronco mientras sostenía a Mura entre sus brazos. Sonreí al verla dormida hecha una bolita entre las piernas de él, aferrándose a su camiseta como si temiera perderlo entre sueños.

Alik le estaba acariciando el cabello corto, como siempre, con la barbilla apoyada sobre la cabeza de ella, con los ojos entrecerrados, a punto de quedarse dormido también.

Anton y el pequeño Luka estaban de guardia. Y Makari se les había sumado unos minutos atrás, para dejarle un descanso a Akeila. Mi compañero estaba vaya a saber dónde. Lo más probable es que estuviera calmandose un ratito después de haber tenido que regañar a Mura.

Digamos que se había pasado toda la tarde sufriendo un dolor de espalda terrible por culpa de su mochila, que parecía estar más pesada de lo habitual. Claro que él creía que solo se trataba de su cuerpo agotado después de tanto viaje. Y vaya sorpresa se llevó cuando armamos el campamento antes del atardecer y abrió su bolso, encontrándolo lleno de piedritas grises que Mura había cargado la noche anterior.

Si, no se lo tomó muy bien.

Volví a levantar la vista cuando vi una figura abriéndose paso entre los pinos del bosque. No me asusté, porque sabía que tarde o temprano Akeila aparecería para poder descansar. La observé de reojo, mientras ella se masajeaba el cuello con una mueca.

Y más grande fue su mueca cuando notó que el único lugar disponible era a mi lado, sobre el precario tronco de un viejo abedul seco. Sonreí y me estiré hacia el fuego para remover el guisado que habíamos preparado, sirviendo una buena porción humeante en un cuenco de madera.

Akeila se sentó lo más lejos que podía, estirándose para tomar sus botas y comenzar a ponérselas. Se quedó congelada cuando extendí el cuenco de comida hacia ella.

—¿Me estás dando eso a mi?

—Si, lo mantuve caliente porque sabía que estabas por terminar tu turno.

Apreté los labios para no reírme de su cara de perplejidad.

A ver, podíamos llevarnos mal y todo eso, pero tampoco sería mala con ella solo porque sí. Después de todo, éramos un equipo, y nos cuidamos entre todos.

—Ah... bueno —se refregó las manos, sin saber qué hacer—. Gracias, supongo.

—De nada —permití que lo tomara, volviendo a apretujar la mantita alrededor de los hombros— ¿Cómo estás?

SAMARA #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora