Trece

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Los rizos rubios se le reacomodan en cuanto aterriza, como por arte de magia. Kara tiene ese tipo de cabello: perfecto en cada situación. Se asoma, pegando el rostro al cristal de la puerta cerrada, bien podría usar su visión amplificada pero de alguna forma no parece correcto. Ha visto a Lena poco en el último par de semanas, su amiga tiene un horario terrible para todo. Incluyendo las relaciones personales.

Y Kara quiere ponerle un alto. O al menos una advertencia. Tal vez sólo una recomendación amable, porque va a ser Acción de Gracias, necesita encontrar el espíritu festivo de Lena antes de Navidad, invitarla a su apartamento y hacerle un pay de calabaza en orden de progresar. Sí, no fue el mejor de sus años, pero aún queda tiempo para enmendar, para volver a empezar y con suerte para seguir besándose.

Toca levemente sin querer llamar la atención demasiado. Las persianas están corridas a medias, como si alguien se hubiera rendido antes de acabar de cerrarlas. Ese alguien obviamente es Lena. Toma la manija, deslizando con facilidad la puerta. Anota en su lista de recomendaciones pendientes mencionar la seguridad de cerrar con llave. Primero debe encontrarla.

Está un poco preocupada. Pero ella siempre está preocupada. Sobre todo si se trata de Lena y en esta ocasión se trata de Lena, entonces está justificado. Mientras antes la encuentre mejor. E intentará mantener bajo control sus mil quejas sobre la pésima comunicación en su relación.

El apartamento está oscuro a pesar de ser las diez de la mañana. Y también, sin temor a ser una juzgona, está hecho un desastre. O bueno. La cantidad de desorden que podría considerarse un desastre en la escala de Lena. Los cojines del sofá están desacomodados y una manta desdoblada descansa en una esquina, la mesa de café se recubre con los restos de aproximadamente las últimas tres cenas y hay un par de copas sobre la barra con el último trago de vino en ellas.

Repasa lo de las dos copas un instante demasiado largo.

Luego se pregunta si debió llamar antes de presentarse y allanar el apartamento de su mejor amiga, en quien, definitivamente, confía. Tanto como para no hacer suposiciones apresuradas basada en sólo las dos copas, pero ¿por qué dos copas? Suspira, rindiéndose ante el sentimiento que intenta con mucha fuerza ganarle a su razón. Con las manos en la cintura continúa el recorrido por el pasillo oscuro.

La habitación está entreabierta, gracias a sus superpoderes ya puede ver casi a la perfección en medio de la nula iluminación, antes de entrar percibe la alfombra cubierta por prendas sueltas. Piensa aun más en ese detalle, se le va otro instante largo y luego sigue con su investigación completamente objetiva. Aunque Kara nunca ha sido realmente imparcial con Lena. Decide tocar la puerta con los nudillos, llamándole la atención por si acaso.

—¿Lena? —dice, el nombre sale entre sus labios con cuidado, como un secreto digno de mantenerse así—, Es Kara. —Claro que es Kara, ¿quién más va a ser? Santo Rao. Luego, porque no sabe cuándo callarse—: Voy a pasar.

Desactiva el traje antes de empujar la puerta, ésta le permite ver entonces la totalidad del lugar. También revuelto, oscuro y solitario. Kara debería ser mejor recordando el talento de Lena para dejarse decaer a sí misma. Percibe con facilidad el calor proveniente de la cama, en algún lugar debajo de las mantas blancas se encuentra ella. Procede sin preguntárselo mucho. Repite su nombre y Lena parece escucharlo esta vez.

—¿Kara? —La voz se pierde debajo del cobertor, con ese tono adormilado y esa incredulidad dolorosa.

—Exactamente. —Esquiva la ropa en la alfombra—. Estaba buscándote.

—¿Para qué? —Se cierne, el cabello despeinado y el rostro limpio de maquillaje. Sus ojeras son abismales; si no es mala observando, también los pómulos le resaltan más—. ¿Pasa algo en la DEO? —Frunce el ceño al hilar las palabras, vagas y medio vocalizadas.

La forma del hogarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora