Capítulo 17: Las dos borrachas

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Gabriela

La derrota de Daren y Alex contra su madre fue inevitable, ambos habían intentado disuadirla para celebrar la fiesta de compromiso con algo familiar e íntimo, pero se negó rotundamente y terminó invitando casi a todos los socios y empresarios cercanos a la familia. Estaba aferrada a la idea de gritar a los cuatro vientos que su hijo mayor se iba a casar y al fin le daría un nieto.

Pobre mujer, no tiene idea de que eso no pasará.

Daren me había entregado una tarjeta de crédito ilimitada, podía comprar todo lo que quisiera con ella, así que esta misma tarde iría a comprar un vestido digno de la futura señora De Villiers.

Con los primeros rayos naranjas del sol escondiéndose por el oeste mi turno terminó, y mientras Abigail se arreglaba me dediqué a poner los cubiertos en las mesas. De ese modo, Adriana no se llenaría la boca diciendo que no la habíamos ayudado. 

Tomadas del brazo cruzamos el salón entre risas, pero ella hizo su entrada parándose justo en la puerta. 

—¿A dónde creen que van? —dijo con las manos en la cintura— ¿planean dejarme sola en la hora en que hay más flujo de gente?

Mi paciencia empezaba agotarse, tenía un vestido que comprar para esta misma noche, debía arreglarme y prepararme mentalmente para el montón de gente desconocida a la que debía tratar, no tenía tiempo que perder.

—Adriana, déjalas en paz, te recuerdo que tú fuiste la que cambió el turno con Abigail.

—Denis ponte de mi lado, ¿viste cómo está el restaurante?

—sí, y tendrás que atender tú sola.

—pero...

—pero nada, yo jamás he oído una queja de las chicas cuando tú te vas con algún cliente a ofrecerle "otros servicios".

Adriana hervía en vergüenza, no tenía como defenderse de las acusaciones de Denis. Ella era la dueña y por las cámaras veía muchas cosas.

A tirones saqué a Abigail que quería seguir escuchando la discusión, pero ya estábamos con la hora pisándonos los zapatos.

—quedémonos aquí, el Uber viene en cinco minutos —dijo Abi mirando el teléfono—. Es un Suzuki Celerio gris y la patente termina en G22.

Necesitaba ese auto aquí ya, el centro comercial de los ricos estaba a una hora en autobús, en Uber quizás en treinta minutos dependiendo del tráfico y la velocidad del conductor.

—¡Ni bañándome se me quita lo sucio que quiero hacerle mi reina! —gritó un hombre que pasaba junto a nosotras en una moto.

¡Vaya, todo un Romeo!

—no conquistaría a una mujer con ese piropo tan picante ni con todo el oro del mundo —con asco vi como el sujeto se perdía en la siguiente calle.

—¡Ay, Gabi! ¡Mi debilidad en moto! Chico malo, poco caballero, pero ardiente.

Abigail tenía una debilidad especial por los chicos que parecían salidos de una cárcel. A veces me preguntaba cómo es que se había fijado en Víctor, que parecía salido de una película de las Barbies.

—espero que en la fiesta de compromiso no llegues con ningún vulgar, ahí van a ver hombres con piropos más baja tanga qué ese.

Al escucharme Abi saltó de la alegría, estaba más ansiosa que yo por la dichosa fiesta.
—¡claro que no! —dijo sacando pecho—. Voy a ir a poner toda la mercancía en juego para conseguirme uno como el tuyo. ¡Despabila Gabi, ahí viene el Uber!

Hasta que el contrato nos separe EDITANDOWhere stories live. Discover now