Capítulo 36: La teoría y la práctica

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Daren

La última vez que me había divertido tanto, fue cuando entre cuatro de mis compañeros de la universidad me tomaron de los pies y me hicieron beber de cabeza de un barril de cerveza. Desde ahí mi gusto por el alcohol se fue agudizando hasta llegar a los vinos dulces y el whisky.

Pero esta vez fue totalmente diferente.

No sabía de donde había agarrado valor para besarla, pero me había aprovechado descaradamente de la gente que pedía a gritos que la besara, y no me arrepentía de nada, porque disfruté de ese maldito beso como si fuera el último que diera en mi vida.

—Quisiera retroceder el tiempo —murmuró saliendo del ascensor con una sonrisa de oreja a oreja.

—¿Para qué?

—¿Cómo que para qué? —pasó la llave por el lector y la puerta de nuestro departamento se abrió—. Para volver a ver el concierto.

—Estoy de acuerdo, estuvo genial.

La experiencia había sido totalmente nueva y me ayudó a recordar que aún estaba joven para amargarme con el peso del trabajo sobre los hombros.

—¿Quieres un café? —dijo poniendo a hervir agua—. Necesito un poco de calor.

Un concierto en pleno invierno hasta las 02:30 am en un estadio era igual que entrar a un congelador por voluntad propia. Durante el show no te acuerdas de hambre, frío o sed, solo quieres saltar y disfrutar de cada momento del concierto, pero una vez que baja la adrenalina y el calor, el frío te hiela hasta los huesos.

Joder, no sentía ni la punta de los pies.

—Te lo agradecería eternamente.

Gabriela con tranquilidad sacó un juego de tazas que no había visto y meticulosamente las puso sobre una bandeja a la espera de que hirviera el agua.

Encendí la estufa pegada a la pared y me quedé mirando la imagen falsa de la leña y el fuego ardiendo, me recordaba al mismo calor que sentí al besarla. Cerré los ojos intentando no pensar en eso y me giré hasta Gabi que se sentó justo en frente de la estufa con las piernas cruzadas sobre la alfombra, con las tazas humeantes de café.

Observé las tazas con más detenimiento y sonreí al ver las orejas de gato sobresalir de la taza.

—Son nuevas —comentó—. Las compré hace unos días.

—Se parecen a ti —Gabi miró la taza y arrugó el rostro.

—¿En qué pueden parecerse unas tazas a mí?

—En que ambas son tiernas.

En silencio contemplé el fuego sin pasar por alto el leve sonrojo en sus mejillas.

—¿Crees que podamos hacerlo otra vez?

Con brusquedad me volteé hasta ella y al ver su sonrisa entendí que no hablaba del beso, sino del concierto.

Estúpido.

—Si sabes de algún otro concierto, ilumíname —sorbí la taza—. Iré a donde quieras.

Gabriela bebió de su café y estiró los pies.

—Me gustó el Daren de hoy.

Gabriela de alguna manera u otra, siempre terminaba sacando esa parte alegre de mí, algo que había olvidado por convertirme en un robot sin sentimientos que solo se dedicaba a trabajar duro. Hace unos meses estaba lleno de odio y rencor, y me olvidé de algo básico que hacen los seres humanos, algo a lo que todos venían hacer en esta vida.

Hasta que el contrato nos separe EDITANDOWhere stories live. Discover now