21. the family.

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capítulo veintiuno:la familia

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capítulo veintiuno:
la familia.
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Cuando Robin llegó a la sala principal después de dos minutos enteros perdida por los pasillos, chocó de bruces contra Samantha y Tara. Ni rastro de Chad, pero no fue capaz de preguntar por él. Ghostface aparecía en lo alto del escenario. Volvieron sobre sus pasos para huir, pero un segundo Ghostface les cortó el paso.

Las lágrimas resbalaron por el rostro de la rubia, quien sujetaba su brazo con fuerza. Sam intentó mover a las dos chicas rumbo a otro camino, pero no pudo hacer nada. Estaban rodeadas. La mayor cogió dos ladrillos de uno de los expositores, ofreciéndoselo a su hermana. Se pusieron espalda contra espalda, dejando a su amiga en medio. Ella también tenía otro de los ladrillos, pero su brazo herido la incapacitaba.

—¿Listas? —preguntó Sam, escuchando a las dos llorar. Robin apretó fuerte el arma improvisada, por si debía utilizarla en algún momento. No contestaron—. ¡Decidme que estáis listas! ¿Listas?

—Lista —hablaron a la vez. Pero era una de las mentiras más grandes que jamás ninguna había dicho.

—¡Venga, hijo de puta! —gritó Tara.

Antes de que pudieran hacer nada, unos disparos resonaron en la amplia habitación. Se agacharon como si fueran dirigidos a ellas, más era todo lo contrario.

—¡Tranquilas! —exclamó Kirby, con la pipa en alto. Tenía sangre en la cabeza, y esta había caído hasta impregnar su ropa. Robin fue capaz de fijarse en eso.

—¡Ni te puto acerques!

—Sabemos que eres tú, Kirby.

—¿Qué? ¡No, no! Uno de ellos me ha dejado K.O. —explicó la mujer, acercándose torpe hacia las tres chicas.

—¡Kirby, alto!

La voz del detective Bailey irrumpió esa vez el momento. Kirby levantó la pistola una vez más, ahora hacia el hombre. Las jóvenes le miraron también. Sujetaba otro arma, y apuntaba directamente a la mayor.

—¿Mataste tú a Quinn? ¿¡Mataste tú a mi hija!?

—¡Y una mierda! ¡No sé que os habrá dicho, pero no le hagáis caso! ¡Seguramente sea el asesino!

Uno de los Ghostface apareció corriendo a espaldas del detective. Robin gritó casi al mismo tiempo que tuviera cuidado, y entonces tres disparos fueron dirigidos a la que trabajaba en el FBI. Nunca antes había visto tanta sangre en un mismo día. Jamás.

—Muy bien —habló Wayne. El segundo asesino se colocó al lado contrario en el que su clon estaba. Cada uno en un lateral del hombre.

—¿Tú? —preguntó Tara.

—Sí, claro que yo —respondió, como si fuera la cosa más obvia del universo. Rob aún sujetaba su antebrazo, por el que no dejaba de desangrarse—. Francamente me esperaba más de vosotras después de lo que nos hicisteis. E incluso de ti, Robin. Menuda decepción que seas la hija de Stu Macher. Tu padre debe estar defraudado.

—¿A quiénes? —la menor de las hermanas Carpenter volvió a preguntar.

Uno de los dos Ghostface bajó su capucha. Luego llevó los dedos al gorro que mantenía la máscara pegada a su cara. Las tres chicas miraron al trío que las tenía cautivas. Cuando el del manto negro se deshizo de la careta, la expresión de Robin se deformó. Pasó de asustada a decepcionada, luego dolida. Su labio inferior, y por ende su mandíbula, temblaron al ver a la persona que había detrás.

Ethan Landry.

—No... —murmuró Kushner. El de rizos sonrió en su dirección.

—Sorpresa, Robin. ¿Te alegras de verme? Suerte que he podido llegar a tiempo para la fiesta.

La rubia no pronunció palabra. Siguió sollozando en silencio. Le dolía todo. Por dentro y por fuera.

—¿Qué pasa? ¿Ya no te gusto así? A tu madre no le importó juntarse con un asesino. Y a ti tampoco te importará de aquí a un rato.

—¡Que te jodan!

—¡No! Eso ya lo hemos hecho antes, ¿recuerdas?

Robin se dejó caer finalmente al suelo, sin fuerzas. Ethan volvió a hablar, esa vez dirigiéndose a las dos hermanas.

—Mindy tenía razón. Fue fácil amañar el sorteo. Para conoceros solo tuve que compartir cuarto con un chuletas creído que no era otro que el macheras de Chad. ¡Joder, qué gustazo matarlo! —exclamó. La sonrisa retorcida en su rostro era como una puñalada al corazón de la joven, que seguía mirándolo como si no le conociera de nada. Y así era—. Conocerla a ella no entraba dentro de mis planes, desde luego. Pero se cruzó en vuestro camino y no me quedó otra más que añadirla a la lista —sus orbes se dirigieron a la que era su novia. La mueca se suavizó—. De verdad me gustas, Robin. Espero que no me tengas en cuenta nada de esto.

Samantha echó una rápida mirada a su amiga. La herida en la cara se le había vuelto a abrir. Su hermana seguía a su lado.

—Esta era la de tu abuela, Sam. Nancy Loomis. Coño, es cosa de familia, ¿no? —Ethan se refirió a la máscara de Ghostface. Rob pudo cruzar la vista con su chico por unos instantes—. Y hablando de familia.

—Atentos al giro —comentó con orgullo el detective.

—¡No me llamo Ethan Landry! ¿A que no, papá?

—¿Papá? —Tara cuestionó, viéndolos.

—Esperad. Si sois vosotros solo queda... ¿Mindy? —Sam miró directamente al otro asesino, aún cubierto.

Cuando la máscara del último desconocido abandonó su rostro, Robin volvió a sentir que alguien le apretujaba las tripas. Quinn estaba allí. De pie. Viva. Sonreía hacia las dos hermanas.

—Hola, compis. No os lo habéis visto venir, ¿eh?

—Normal, ¡porque moriste!

—Se ve que no —comentó con obviedad. Ethan dejó ir una risa—. Fue... una buena forma de salir de la lista de sospechosos. Apuñalar a Gale Weathers, a Mindy en el metro... Esas cosillas. Pero estuve al loro de todo lo que pasaba. Y de que solo uno de vosotros fue capaz de sentir lástima de mi muerte. ¿Verdad, Robin? Mi hermano me lo contó todo.

La rubia examinó a su amiga. No podía evitar seguir llorando. La sorpresa ya era un segundo plato. Solo pedía a gritos que todo se detuviera de una vez. Que acabara. Fuera como fuese.

—Llevo la máscara de Stu Macher —habló con una sonrisa enorme en las comisuras, mirando a Rob. Se la lanzó para que pudiera cogerla—. Tu padre fue mi preferido. Cuando Ethan me comentó que había salido de la cárcel y venía a buscarte casi me caigo al suelo. Tengo muchas ganas de conocerlo.

—Esta es la de tu padre —el detective sacó la tercera careta de debajo de su chaqueta, ofreciéndosela a Sam—. Vas a tener que ponértela.

—¡No te acerques a nosotras, cabrón! —gritó Tara.

Ethan enganchó a Robin, levantándola del suelo. Luego la pegó a su pecho, mientras retrocedía en sus pasos. La chica no fue capaz de pelear si quiera. La situación le venía grande. Sam intentó sujetarla, pero Tara tuvo que tirar de ella hacia el centro. No la perdería por proteger a nadie más. Estaba cansada de perder.

devilish ; screamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora