nueve.

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Yongbok soltó un jadeo de dolor al sentir la callosa mano del doctor en su piel rota.

—Por favor, Cortesano —dijo el hombre con amabilidad—, necesito que se quede quieto para poder curar sus heridas.

Sorbió por su nariz, temblando y asintiendo con ferocidad, como si de esa forma pudiera darse algo de valor. Yongbok jamás experimentó un dolor de ese tipo en su vida, tan lacerante y ardiente, con su piel en carne viva. Ni siquiera quería imaginar las cicatrices que iban a quedar allí.

Como si pudiera imaginar sus pensamientos, el doctor volvió a hablar.

—Quedaran algunas marcas —le explicó, sin dejar ese tono amable—, pero no debe preocuparse por eso, Cortesano Lee. El látigo no fue muy profundo.

No pudo evitarlo, y nuevas lágrimas cayeron por sus mejillas ante esas palabras. Sabía que debía verse como un malagradecido, pudo ser mil veces peor, como terminar muerto. Sin embargo, una parte suya no podía evitar sentir pena ante la perspectiva de su piel marcada y con cicatrices. ¿Cómo sería digno de ser Emperatriz con ese cuerpo arruinado?

—Cortesano —habló Minho, entregándole un pañuelo—, lo que acaba de ocurrir es muy grave.

Yongbok no quería pensar en eso. Sólo quería que esa horrorosa pesadilla acabara, quería cerrar sus ojos y despertar en su cama, como si todo hubiera sido un mal sueño. Por un instante, incluso deseó no estar allí, sino con su familia, lejos de aquellas horribles personas que le habían hecho tanto daño.

Mordió su labio inferior al sentir el paño húmedo limpiando sus heridas.

La puerta de la habitación fue abierta.

—¿Cómo está, doctor Choi? —preguntó una suave voz que reconoció enseguida.

Yongbok no se volteó a ver a Hyunjin, con el rostro hinchado y empapado en lágrimas. El dolor en su espalda le hizo olvidar, incluso, su labio partido y mejilla adolorida por las bofetadas.

—He pensado en servirle una copa de láudano, mi Príncipe —contestó el doctor—, así dejará de sentir dolor por algunas horas. El Cortesano necesita mucho descanso para que sus heridas sanen y dejar de lado sus tareas habituales.

—¿Fueron heridas profundas? ¿Quedarán cicatrices?

El doctor hizo una pequeña pausa. Yongbok sabía lo que iba a pasar ahora: Hyunjin le sacaría del concubinato, no sólo por el tema del robo, sino también por las marcas que tendría. Una Emperatriz no podía tener cicatrices de ese tipo en su cuerpo.

—No fueron profundas —explicó el doctor—, pero hay que tener cuidado para que no se infecten. En cuanto a las cicatrices, todo depende de qué tan bien sanen. Puede que, con algunas cremas específicas, las marcas desaparezcan con el paso del tiempo.

—Dele láudano, no quiero que siga sufriendo —ordenó Hyunjin.

El doctor se puso de pie y comenzó a remover sus cosas, hasta dar con una pequeña botellita oscura. Sirvió una pequeña cantidad en una copa, tendiéndosela, y Yongbok no dudó en beber el contenido. El sabor, sorprendentemente, no era tan malo.

—Le ayudará a relajarse —le dijo el doctor Choi—, y acabará con el dolor durante unas horas.

Asintió con la cabeza.

—Minho —volvió a hablar Hyunjin—, una vez acabe con las curaciones, llévalo a dormir a mi habitación. Tengo...

—Hyunjin —gorjeó Yongbok, con la voz quebrada—, Príncipe...

Más movimiento, y de pronto, en su visión, apareció el mayor con una clara expresión de ira, pero no dirigida a él.

—No te preocupes —le dijo Hyunjin, agarrándole la barbilla y tratando de suavizar su mirada—, me encargaré de todo, Yongbok.

jewel ୨ৎ hyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora