jewel ୨ৎ hyunlix

diez.

Yongbok murmuró una débil maldición contra las almohadas, sintiendo la suave lengua de Hyunjin haciendo maravillas.

—Príncipe... Príncipe...

Sus gemiditos se convirtieron en un grito escandaloso al sentir el azote en su nalga derecha.

—¿Príncipe? —gruñó Hyunjin.

—Emperador, Emperador —corrigió Yongbok, y movió sus caderas para que volviera su atención a él—, por favor, mi Señor...

La lengua de Hyunjin lamió su agujero apretado alrededor de dos dedos, metiéndose un poco más adentro y embistiéndolo.

—Déjame follarte —pidió el mayor—, déjame hacerlo, amor...

—No, no —Yongbok jadeó con fuerza—, no todavía...

—¿Cuándo? —Hyunjin escupió en su entrada, observando la forma en que el culo de Yongbok se abría ante él—. ¿Cuándo, mi amor?

—Cuando te cases conmigo... —la voz del doncel se cortó y transformó en un ronco gemido al momento de correrse sobre las ya sucias sábanas. Su cuerpo tembló y se sacudió, y Hyunjin le agarró de las caderas para que no se derrumbara.

—Qué exigente eres.

Yongbok soltó una risita, sintiendo besos en su trasero y con los dedos deslizándose fuera de él. Los besos subieron por su espalda, haciéndole cosquillas, y pudo sentir el peso del príncipe sobre él.

—Mi Señor...

—No —Hyunjin le besó en el cuello—, no, no continúes. Mañana debes volver a tus aposentos.

Yongbok hizo un pequeño puchero, aunque sabía que Hyunjin tenía razón. Esa mañana se lo había comunicado, pues tenía que volver a cumplir con sus obligaciones de Cortesano. Las heridas del menor ya estaban completamente cicatrizadas, el dolor se fue evaporando con el pasar de los días, y lo mejor de todo, es que a Hyunjin no parecía importarle. Por el contrario, cada vez que podía, besaba esas cicatrices pálidas en su piel.

—¿Cuándo me propondrás matrimonio? —preguntó Yongbok, sintiendo los brazos de Hyunjin a su alrededor—. Mi Emperador...

—Estás demasiado impaciente, cariño mío.

El muchacho mordió su labio inferior, tratando de no mostrar su tristeza. Llevaba cerca de dos semanas en los aposentos del Príncipe, pero hasta el momento no se había hablado de pasar a mayores en su relación con él. Eso le hería en lo profundo de su corazón y provocaba que no supiera cómo actuar. Temía, en el fondo, que Hyunjin no estuviera tan seguro de él.

—No quiero volver a esa habitación —murmuró Yongbok, sintiendo los dedos de Hyunjin en su espalda—, Hyunjin...

—Quiero verte bailar —contestó el príncipe—, quiero que bailes el ganggangsullae cuando sea Chuseok.

Yongbok se rio por las leves cosquillas, con el sueño pesado comenzando a caer sobre él. Hyunjin siempre sabía cómo dejarlo cansado, lo suficiente para que durmiera como si fuera un bebé.

—Ya es muy tarde —contestó el chico—, me he perdido muchos ensayos, no...

—Soy el Príncipe Heredero —Hyunjin le besó en la mejilla—, ya hablé con la matrona para que te incluya en la coreografía.

—¿Le hablaste? —Yongbok se acurrucó contra él—. ¿O la amenazaste, mi Emperador?

La risa baja de Hyunjin fue lo último que escuchó antes de caer dormido.

A la mañana siguiente, no le sorprendió que Hyunjin no estuviera en su cuarto, pues se lo avisó el día anterior. Dejó que las sirvientes lo limpiaran, envolviéndolo en un nuevo hanbok que el príncipe le regaló, de un brillante color rojo y flores negras. Se colgó unos preciosos aretes largos, saliendo poco después hacia el salón de desayuno. Las sirvientas se encargarían de llevar sus cosas al cuarto de cortesanas.