Pero que mono es todo el mundo, jo

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Estábamos en la sala común, sentados en uno de los sofás, Nía, Mateo y Gina estaban con nosotros y estaban discutiendo que hacer con respecto al señor.

- Iba demasiado bien vestido. Además, era muy tarde, no creo que estuviera trabajando.

- Quizás es trabajador del gobierno.

Al escuchar esto, intervine de golpe.

- No.

Mateo se giró hacia mí, extrañado.

-¿Cómo que no?- Preguntó extrañado.

Y fue en ese preciso momento en el que me di cuenta de que era la persona más tonta del mundo.

Pero serás carapan ¿Ahora como les vas a explicar como sabes que no era del gobierno? No podías cerrar la boca, nooooo, tenías que cagarla. Genial Carlota, bien hecho.

Estaba a punto de inventarme una explicación imaginaria y poco creíble cuando Gina me salvó el culo.

- Yo tampoco creo que lo fuera. Si no, no creo que hubiera estado solo y mucho menos sin un auricular o algo así para avisar. Además de que no intervino, y eso no es mucho su estilo.

- ¿Ya habéis tratado con el gobierno antes?

Nía sonrió casi con malicia.

- Un par de veces, sí. Pero nos encargamos de ellos.

- Es lo más divertido de todo.- la secundó Mateo.

La indirecta me tomó totalmente desprevenida. Me quedé congelada en el sitio, y aunque no dije nada, creo que mi expresión habló por mí.

- ¡Nía! No seas así. Y tú no la secundes, Mateo. No nos hemos cargado a nadie. Nunca. Eso tenlo por seguro. Lo que pasa es que estos dos tiene el mismo humor tonto.

Gina se giró molesta hacia ellos, para después dirigirme esas palabras que, aunque me tranquilizasen, me dejaron un mal sabor de boca.

Lucía y la Jirafa los habían pintado como criminales crueles y sin escrúpulos, pero ahora, aquí sentados, parecían solo un grupo de chavales inocentes.

Me giré cuando Unai se levantó a mi lado. Ya habíamos cenado hace un rato, y supuse que iban a preparase para robar el cuadro. Esto me lo confirmó Mateo cuando se colocó a su lado y nos dijo eso  mismo.

Nosotras tres nos levantamos también, y no pasé por alto el detalle de que Gina y Nía iban cogidas de la mano. A decir  verdad, hacían buena pareja y me alegraba por ellas. En este momento, Gina estaba hablando de uno de sus últimos dibujos cuando Nía se agachó un poco para recogerle un mechón de pelo suelto detrás de la oreja. Ella se sonrojó visiblemente ante esto, pero le sonrió ampliamente.

Me estoy muriendo. Que monas por dios ¡AHHHHH!

Aún me acuerdo de mi primer novio. Había sido un chico de mi clase en el instituto. Era muy majo, pero la cosa no duró mucho. Tenía, ¿cuántos, quince, dieciséis años? Creo que  se llamaba Victor.

Nos despedimos enfrente de las puertas de nuestras habitaciones, yo para la mía y ellas para la de Nía, la que estaba a mi lado. Me invitaron a jugar a las cartas con ellas un rato, pero no les iba a arruinar el momento. Y también pasaba de ser una sujetavelas, vaya.

Me metí en la cama y, después de un rato con el móvil, me fui a dormir sobre las doce.

Me desperté al escuchar un golpe seco seguído de el sonido de unos cristales rompiéndose. Me levanté de golpe y busqué desesperadamente mi móvil en la mesilla. Después de tantear un rato como una ciega, lo encontré y conseguí encenderlo.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora