Recibo una mención innecesaria

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Por fin conseguí estar a solas con Unai un rato. Eran las cuatro, así que la mayoría estaban viendo la tele, hablando o echándose la siesta. Estábamos en su habitación porque no me sentía cómoda hablando en la mía, donde había dejado el móvil a propósito para que no nos escucharan.

Estaba sentada a los pies de su cama, junto a él, que me miraba preocupado. Intuía que algo iba mal y que esto era serio. Cuanta razón tenía.

Me dolía la barriga y cada músculo de mi cuerpo estaba en tensión. Tenía un nudo en la garganta y no sabía cómo empezar.

Notaba como me iba poniendo cada vez más nerviosa, y supongo que él también se percató, porque se acercó un poco más a mí y, en una voz suave como el susurro de un arroyo, volvió a cantar aquella extraña canción.

Al terminar, me miró una vez más a los ojos.

- No sé que está pasando, Carlota, pero quiero que sepas que yo siempre estaré contigo, pase lo que pase.

Me agarró de las manos y me dio un suave apretón en un intento de infundirme confianza.

Lo consiguió parcialmente.

Yo siempre estaré contigo, pase lo que pase.

No creo que quisiera estar conmigo mucho más tiempo si se lo contaba.

Volvió a mirarme y dejé de verlo como un ladrón. Como un criminal o como un fugitivo. O como mi enemigo. Delante mía solo había un chaval joven, un amigo, preocupado por alguien que le importaba.

Y ese alguien era yo.

Cogí aire trémulamente antes de empezar por el principio. Por el principio de todo.

- ¿Te acuerdas el primer día que me trajiste aquí, cuando me tuve que sacar la lentilla marrón? No me preguntaste por qué la llevaba, solo me aceptaste tal cual. Pero de todas formas sé que querías hacerlo. Querías preguntarlo. Por eso ahora te respondo. Cuando nací, mis padres supieron que algo estaba mal conmigo de inmediato. Ninguno de los dos tenía los ojos azules, así que era difícil que yo tuviera heterocromía. Se peleaban mucho porque mi padre aseguraba que mi madre le había sido infiel. Pero, con que la conozcas un poco, ya sabes que ella sería incapaz de algo así.

>> Consultaron a varios especialistas y llegaron a una conclusión satisfactoria. Algo de genética que ni sé ni me importa. Pero, de todas formas, el daño ya estaba hecho. Además, no había sido una relación muy estable desde el principio, pero esto había sido la gota que colmó el vaso. Mi padre decidió divorciarse cuando yo tenía cuatro años y ni se molestó en pelear por la custodia, dejando a mi madre con un par de crías a su cargo. Nerea, mi hermana, nació con los ojos marrones. Los dos. A ella la apreciaban. Papá iba a visitarla y todo. La mimaban, le compraban lo que quería. Pero a mi no. Ella siempre salía a defenderme. Lo cual suena bastante ridículo teniendo en cuenta que yo soy la mayor.

>> Mi madre me obligó a llevar lentillas desde que tengo memoria. Ni siquiera me las podía quitar dentro de casa. Las pocas veces que veía mi ojo azul, en su cara se reflejaba... el asco. En su estado más puro. No lo hacía aposta, pero tampoco se esforzaba en disimular. Tuvimos muchas peleas durante mi infancia y adolescencia, y a los dieciocho me largué. Iba a visitar, pero solo por mi hermana. Cuando lo hacía, mi madre siempre se encerraba en su habitación y se negaba a salir hasta que me hubiera ido. Sé que no debería importarme porque, bueno, porque nunca me trató bien, pero es mi madre y ¿sabes? Creo que en el fondo aún la quiero.

En algún punto debí empezar a llorar, porque Unai soltó mi mano para secarme una lágrima.

Notaba la garganta reseca y agarrotada, pero me obligué a continuar.

Infiltrada [escribiendo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora