27. Prado blanco.

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Prado blanco.
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KAISER

Le doy un largo trago a la botella de ravén, la bebida dulce que beben los kanverinos.
Nezal aguardó solo un momento y luego dejó verter el jugo de cenal sobre la herida abierta en mi espalda.

Adormeció mi piel solo lo suficiente como para que ella pudiera suturar mi carne con el hilo.

Mentiría si no admitiera que encontraba cierta ancla en el dolor físico, ese con el que podía lidiar, el que me nublaba lo suficiente como para no pensar en la princesa que a esas horas estaría despertando en el palacio negro.

Ella me dejó en claro que su matrimonio era político, pero la sola idea de que tocara a alguien más me revolvía el estómago como no lo harían treinta botellas de ravén.

Debería haberla cargado en brazos y sacarla de ese lugar, aunque sea pataleando, quizás así recompondría en algo su buen juicio.

Nezal limpió la herida al terminar, con más suavidad y delicadeza de la necesaria.

Me subí la camisa para dar por finalizada la tarea.

──Gracias.

Ella se recostó en la mesa detrás, ladeó la cabeza, dejando caer su larga trenza de lado, coqueta.

──Apestas, quizás quisieras darte un baño.

Chasqueé la lengua.

──Quizás me meta la cabeza en un bloque helado.

──Deberías ──Sonrió complacida con la idea──. Sería un cambio interesante a tu mal humor.

Antes de que pudiera responderle, Blak entró en la tienda, aguardamos hasta que Killian entró detrás, su bastón por delante hasta que se paró en el centro de la habitación, trajeado de negro y azul, con una chaqueta larga con los complicados diseños y brocados que amaban en Kanver.

──Espero no hayarte en paños menores, tampoco es que pudiera ser comprometedor para ti, no podría dar fe de tu hombría.

──¿Viniste para agradecerme por salvarte el culo anoche, Vaetro?

──De hecho, algo más extravagante, vine para disculparme, puedes estar seguro de que no te sucederá dos veces con un Vaetro.

Una sonrisa torció mis labios, muy a mi pesar, el tipo me caía bien, lo que seguro hablaba de mi increíble credulidad.

──Con permiso ──indicó Nezal, rígida──. Los dejaré solos.

Killian dió varios golpecitos con su bastón, su ceño fruncido hasta que estuvimos solos.

──Veo que el problema que te aquejaba anoche no es uno que tengas hoy.

Me fregué el rostro con la mano, Blak se lamió una pata, limpiando los últimos restos de sangre de sus zarpas, ajeno a la poca educación de su señor.

──No estuve con Nezal, pero ella seguro que sí con Raelar.

──Ese no es el trato que tenemos con Sinester ──zanjó.

Alcé ambas cejas, intrigado por los engranajes en la cabeza de los Vaetro.

──¿Entonces?

──Ayuda a este pobre ciego, Heletrar.

Rodé los ojos ante su dramatismo mientras lo ayudaba a tomar asiento en un banco improvisado, él colocó el bastón entre sus piernas, como si fuera un viejo sabio listo para compartir sus proezas en una fogata.

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora