36. La devoción del demonio.

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XXXVI.
LA DEVOCIÓN
DEL DEMONIO.

LA DEVOCIÓNDEL DEMONIO

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Kalena.

──Iremos por el camino de la reina hasta Val Velika, ahí sorprenderemos a Ciro cuando esté subiendo hacia las montañas ──La voz áspera de Kaiser resonó a través de las paredes huecas del salón de guerra──. El Cuervo cuenta con que huyamos, con que busquemos refugio en las tierras de Ketrán, lo atacaremos cuando esté cruzando las tierras de Fuko hacia Val Velika.

Los rostros decididos y los vítores de gloria fueron el broche para el discurso del barón Heletrar.
Sabía lo que buscaba Ciro, pero era una reacción inevitable, bien hubiera buscado un enfrentamiento o lo hubiera movido solo la rabia ciega, la jugada estaba hecha y sus consecuencias marcadas.

Killian no aceptaría otra afrenta contra su familia y el barón Heletrar no parecía pensar en nada más que en la princesa kanverina desde que recibieron las amargas noticias.

Cuando la reunión del Consejo hubo terminado, decidí salir en busca de aire, de esclarecer mis ideas, acaricié mi vientre vacío, me sentí tan hueca como aquella vez tantas lunas atrás.

Quizás la diferencia residiera en que el nonato entre la señorita Keira y el barón Kaiser hubiera crecido para ser amado por su familia y no otra razón de recelo en una pareja rota.

Los guardias me siguieron en mi camino por los corredores del ministerio.

Los observé caminar diez pasos detrás de mí, Nívea me imitó con aire agazapado, la calmé acariciando su pelaje blanco.

Proseguí mi camino resignada, no quería esa vigilancia constante, pero el barón Kaiser se había negado a desistir en ese punto.
Necesitaba protección continúa, sin objeción.

──Aquí estabas.

La voz de Killian me devolvió otra vez a ese presente de nuevas incertidumbres y el blanco desolador por delante.

Me esperó hasta que lo alcancé junto al balcón de piedra que cubría los pasillos exteriores.

Mis guardias permanecieron atrás, Blak los observó con el mismo recelo de Nívea.

Observé la vista lejana, como si eso pudiera ayudarme a olvidar su presencia.

El bosque lucía un atuendo diáfano con la elegancia de una debutante en su primer baile y la melancolía de una viuda despidiendo a su último heredero.

Cuando miré a Killian pude apreciar en su rostro la creciente mejoría, su tez volvía a tener el sano color dorado de siempre y su mirada, aunque distante, era ámbar otra vez.

──Supongo que es tarde para hacerte cambiar de opinión ──intenté aun así.

──Cada día que pasa es uno más de Keira a manos de ese…

Los Pecados que Pagan las BestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora