29. Perfume de lilas.

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Perfume de lilas.
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KEIRA.

Desperté cuando las doncellas entraron a mi habitación, entendí que me había quedado dormida cuando ellas corrieron las cortinas y el sol ya brillaba alto sobre la ciudad.

De mala gana, me bajé de la cama para estirar los brazos y permitir que me quitaran el camisón para cambiarlo por un albornoz de seda que fue frío contra mi piel.

Temblé en el camino hasta la bañera de latón y, cuando al fin me quitaron la bata, no tardé en sumergirme debajo del agua helada.

──Las doncellas ya están calentando su habitación, señora, y las calderas están encendidas en el palacio.

Ni la misma furia del Arakh podría calentar ese bloque de piedra húmeda, eran días así en los que extrañaba profundamente el aire cálido de Kanver.

Podíamos tener mañanas o noches de bajas temperaturas, pero nunca había vivido un frío tan intenso como el valtense.

Recordé las Islas de Katreva, pero no podía asociarlas con el frío cuando ahí encontré calidez en los brazos de Kaiser, en la noche más cruda de invierno en un torreón él me mantuvo protegida y en las frías madrugadas junto a la fogata su pueblo había sabido mantenerme en casa.

Oyeron las historias sobre mis tierras con tanto abrigo como me narraban las suyas.

Evité pensar en eso.

Una hora después estuve lista, resguardada bajo un abrigo de un grueso terciopelo, una larga chaqueta de corte imperial que me parecía una moda más práctica que la antigua moda revetrana.
Utilicé el color negro de la casa Sinester, pero decidí también emplear el azul cristalino de Kanver en los brocados y ribetes.

Raelar Sinester no se apareció para reclamar su lugar en mi lecho, no lo hizo en nuestra noche de bodas ni durante los días siguientes, lo que fue una suerte para ambos.

Dos soldados me escoltaron en mi camino hasta el jardín.

El día siguiente a mi casamiento fuimos trasladados a una gran residencia en el corazón de la ciudad.
Era una suerte para mí porque ya no tendría que estar bajo las alas del cuervo, y además tendría más oportunidades para cruzarme con Fennella.

Era extraño que el Cuervo estuviera siendo tan descuidado en sus papeles, pero suponía que no era más que su ignorancia llevándolo a subestimarme, él no me consideraba más que una moneda de cambio que ya había usado para ganarse el favor de los Sinester.

──¿Noticias en el castillo de las que deba estar al tanto? ──indagué.

Uno de los soldados dio un paso adelante, poniéndose a mi altura.

──El saerev no cree que deba ser importunada con esos temas, mi señora, quiere que disfrute su luna de miel.

Me detuve antes de girar a encararlo.

──Dígale que aprecio su generosidad, ¿no ve cómo disfruto? Inmensamente ──Sonreí──. Ahora dígame las noticias del palacio.

El soldado recitó varios detalles pormenores, cosas sin importancia como que tal o cuál gran señor había asistido, dejado o vuelto a la Corte.
Entre esos encontré que Madame Eleyne llegó a la ciudad junto con una pequeña comitiva escariana.

──Genial, ya sabe cómo somos las mujeres, no podemos estar sin enterarnos de todo ──Forcé una gran sonrisa de una increíble y falsa complicidad.

Los Pecados que Pagan las BestiasМесто, где живут истории. Откройте их для себя