Dolor y Consuelo

719 66 38
                                    

Advertencia:

El siguiente capítulo contiene escenas de contenido sexual explícito. Se recomienda la discreción del lector.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

Las piernas se movían rápido, las manos se agitaban en el aire, húmedas y temblorosas. La mujer no hacia ningún ruido a pesar de que su cabeza se había convertido en un pandemónium de voces y lamentos. No se atrevía a abrir su boca porque sabía que lo que saldría de ella no sería tan solo un hálito de resignación. Sabía que si dejaba de apretar los dientes el llanto de desconsuelo que procuraba ahogar dentro de su pecho escaparía, anegando su débil espíritu, quebrándola, destruyendo la ilusión que había ido construyendo hace ya tantos meses.

Tropezó un par de veces en la oscuridad, tanteando el camino a ciegas ya que su visión era borrosa, sus ojos vidriosos intentaban contener las lágrimas. No sabía muy bien a dónde se dirigía, el pesado dolor que sentía por todo el cuerpo no le permitía concentrarse.

"Lily. Siempre Lily" —repetía en su mente la voz de Severus.

Ella era tan sólo una distracción. Un ser sin alma, sin importancia. Su cabello oscuro y opaco nunca podría compararse con el brillo ardiente del de Lily. Sus ojos marrones eran corrientes, aburridos y jamás tendrían la magia de aquellos ojos esmeralda que Severus amaba.

Sus pies se enredaron, sus rodillas cedieron la pesada carga que llevaba y ella se desmoronó en el suelo, enterrando su cabeza entre los brazos.

—Ven conmigo, te lo suplico.

Laurel levantó la mirada para encontrar la de Severus. El mago estaba postrado frente a ella e intentaba tomar sus manos entre las suyas. Los ojos negros brillaban en la oscuridad y Laurel no pudo evitar recordar aquella noche de invierno junto a la fogata, la noche de su primer beso.

—Vete —murmuró ella con voz marchita.

—No puedo. No lo haré —. Hizo una pausa por un segundo, su frente tocó la de ella. —Te lo suplico.

—Lo sabía... en el fondo lo sabía.

Laurel respiró hondo y un sollozo escapó de su garganta. Severus intentó abrazarla, pero la mujer se apartó de él, levantándose trabajosamente.

—Debo ir a tu despacho —dijo temblorosa.

Él la miró desde el suelo: Las sombras que proyectaba la luz de las antorchas danzaban sobre el hermoso rostro y pudo distinguir claramente el río de lagrimas que empapaban sus mejillas. Severus sentía como la culpa le estaba acuchillando el pecho salvajemente. Era un bastardo y Laurel ya podía verlo.

—Escúchame —rogó. — Lo que has escuchado no es enteramente cierto...

Laurel entrecerró los ojos, fijando su mirada en él, conteniendo el aliento. Severus imploró en su mente que la absoluta desolación en el rostro de la mujer se suavizara, rezó para que ella dijera alguna palabra, rezó por cualquier cosa de la que pudiera asirse para traerla devuelta a él.

Tras unos cuantos segundos la Akardos volvió su rostro, alejándose de él mientras hipaba levemente.

Él no tardó en seguirla.

≫ ──── ≪•◦ ❈ ◦•≫ ──── ≪

Severus cerró la puerta tras de él y apoyó su espalda contra ella, observando con ojos atormentados cómo Laurel caminaba de un lado a otro en su habitación, recogiendo las pequeñas piezas de sí misma: un camisón, calcetines, su cepillo de dientes; pertenencias sin importancia que ahora adquirían un significado solemne para Severus.

LlueveOù les histoires vivent. Découvrez maintenant