Capítulo 1

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¡Sabe qué... váyase a la mierda!

Eso mismo era lo que quería gritarle al imbécil que tenía en frente mío pidiendo un servicio de dos hamburguesas con papitas y un refresco grande.

—¿Desea algo más en su orden? —Pregunto viéndole serio.

Lo sé, una buena sonrisa y una actitud positiva es lo que se espera de los empleados de restaurantes de comidas rápidas para así mantener a los clientes contentos... pero juro que con éste no podía.

Además de que ser amable no es uno de mis fuertes, por lo que prefiero ser así a un completo hipócrita.

—No quiero nada más, solo cóbrame mi maldita comida, ¿sí? —Me lanza un billete de diez dólares sobre el mostrador.

Yo tomo una bocanada de aire tratando de tranquilizarme. Tratando de no explotar y decirle a los siete vientos hasta del mal del cuál éste hombre iba a morir.

Sin decir ni una sola palabra, tomo el dinero de sobre el mostrador y le cobro.

—¿Desea donar su cambio de...? —Hago énfasis en la siguiente palabra. —¿Un centavo, a los niños sin hogar y necesitados del pueblo? —Le observo con una mirada cansada. Él alza una ceja.

—¡Claro que no! —Frunce el ceño. —¡Devuélveme mi dinero ahora mismo! —Extiende su mano hacia mí. Yo solo me quedo anonadado.

Lo miro con detenimiento, el hombre lleva puesto una camisa de tirantes en la que sus carnes le cuelgan desmesuradamente; evidentes manchas de kétchup antiguas en ella. La panza le tapa aquella correa que lleva en sus pantalones desgastados, con agujeros y algo sucios. Algunas manchas amarillas en ellos, manchas las cuales no estoy muy seguro de saber su procedencia, y la verdad prefería que fuera de esa forma. Su cabello está despeinado, como si solo se hubiera levantado de la cama y seguido caminando hasta acá. Su aspecto en general era descuidado.

—Aquí tiene su cambio, señor. —Le entrego su asqueroso centavo junto con el recibo de su compra. —Que pase un excelente día. —Éste me toma tanto el recibo como el centavo de mis manos de mala gana, me mira de arriba a abajo con una expresión despectiva en el rostro para luego irse a la otra esquina del mostrador a esperar su comida.

Yo solo suelto un suspiro.

Bajando mi vista hasta la computadora que tengo en frente a mí, me percato de que ya solo faltaban tres minutos para las seis. Lo que significaba que me largaría de este lugar en poco tiempo.

Procediendo a desconectarme del sistema, contar el dinero de la caja registradora y dejar todo en su lugar; me quito el delantal y camino hasta la parte trasera del establecimiento. Allá cerca del almacén.

—Hola Ethan, ¿ya de salida? —George, mi compañero de trabajo, me intercepta en la puerta de salida. Éste a penas llegando. Las llaves de su camioneta aún en sus manos.

—Sí, me largo de esta mierda. —Meto mi mano en el bolsillo delantero de mi pantalón y saco la cajetilla de cigarrillos y un encendedor.

—Tienes que dejar esa mierda. —Señala el cigarrillo que está ahora entre mis labios, mientras procede a colocarse su delantal tras el cuello. Sus manos atándolo tras su cintura.

Yo no digo nada, solo le doy una mirada con los ojos entrecerrados entretanto procedo a encender el cigarrillo. Humo comenzando a salir, por lo que abro la puerta del establecimiento y salgo al aparcadero.

—¡Hasta mañana Ethan!—Grita George desde dentro del establecimiento. —¡Y ya sabes, no mueras por esa mierda! —Yo me volteo un poco y le saco el dedo de en medio antes de que la puerta cerrara por completo. Una sonrisa de medio lado en mi rostro... sinceramente la primera del día. Veo como el chico se ríe ante aquello.

Todos Son Culpables ©Where stories live. Discover now