6. La fiesta de despedida

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Lucas

Ya había llegado el día. Mañana nos mudábamos definitivamente a Nueva York. Mi llegada a Madrid fue bastante agradable. La verdad, estaba alegre de que, dentro de lo que cabe, deje atrás a Tomás y a toda esta gente, que solo restaba en mi vida. Sabes, cuando creces te das cuenta de que el alrededor que tienes es todo fiestas y drogas, y te deprimes bastante, pues ellos no me pueden aportar nada.

Echaré de menos el chalet de Madrid de mi padre, menudas fiestas han visto todos estos muebles. Pero de todas maneras, lo que voy a echar de menos más es mi habitación de jovenzuelo. Muchos recuerdos desde pequeño, algunos, de los que no me gustaría acordarme jamás. La de veces que entraron a robar, la de veces que me dejaron la habitación patas arriba... Horrible.

Pero más horrible fue lo que vi.

- ¿Qué coño haces con mi puto pijama?

- Me lo dejó tu padre, porque las maletas ya estaban cerradas y el pijama estaba muy abajo. Mi madre no tenía otro para dejarme. ¿Algún problema?

- Pues que debería haberme pedido permiso. Si comenzamos así, genial.

- ¿Qué es lo que te molesta exactamente? ¿Que lleve yo puesto el pijama con el que seguramente te hayas follado a más de una? No te preocupes, no me lo tomo personal. No soy meticulosa ni maniática.

- Eres imbécil. Cierra la puta puerta y vete, rabiosa. Ve, que te deje Tomás el puto pijama, ¿o prefieres que le diga a tu madre que te mande directamente a dormir a casa de sus abuelitos en Ibiza?

- ¿Cómo sabes eso?

- Pues porque Tomás lo ha subido a sus redes sociales que estaba ocupado quedando con una "princesita" encantadora, a lo romance escondido. Qué asco da el gilipollas, ni para hacerse el misterioso sabe.

- Mira Lucas, lo que no me cuadra es la rabia que te da Tomás, lo tuyo con él es personal. Qué pasa, ¿te quitó la novia en primaria?- dijo esbozando una sonrisa- hay más peces en el mar.

- Clara, fuera de la puta habitación - me puse furioso y no paraba de chillar, menos mal que estábamos solos- o te echo yo con mis propias manos.

- Va, hazlo. Mucho gimnasio y poca palabra, ¿o no? - dijo riéndose, provocando una pelea. Ella no me conoce aún, no sabía que venía uno de mis enfados- atrévete.

La cogí con tantísima rabia de mi pijama, que nuestras bocas quedaron a centímetros, y cuando la pude intimidar, lentamente le dije que se quitase el pijama y se fuese a su habitación. Ella se empezó a poner nerviosa. Mucho. Ella empezó a chillar que la dejase ir. Pero cuando la solté, no salió corriendo hacia la habitación de invitados, si no que lo hizo lentamente. Me extrañó su contraste de enfadada, a en un segundo, estar tan serena.

Se quedó en la puerta de la habitación, a punto de atravesarla, dándome la espalda, y cuando fue a dar el paso para salir de la habitación, se bajó los pantalones de una manera muy sutil y tranquila, pudiendo observar sus nalgas y su tanga negro de encaje con flores. Después se quitó la camiseta del pijama, y lo dejó justo en el suelo, en la puerta. Pude apreciar su espalda sin nada que la cubriese, ni un simple sujetador de tela elástica. Nada. Después de eso se marchó lentamente, esbozó una sonrisa, y dijo:

- ¿Quieres jugar verdad? Ahí tienes. Tu pijama. Déjaselo a Martina, ¿o es que ya no estás con ella?

No pude articular palabra. Como cojones sabía quien era Martina, para hablarme de ella como si supiese toda la historia. No podría ser otra vez el cabronazo de Tomás quien le había contado todo, es un puto chivato.

Lo que me daba más pereza, de todas maneras, era la fiesta que había organizado de despedida. Maldita la puta hora que se me ocurrió. Osea, vuelo a las 23:00 y fiesta hasta las 21:30. Esto es de puta broma

Esencia de ángelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora