Cumple tu promesa

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El sábado continuó con tranquilidad, con ambas sentadas en la cama todo el día, hablando para conocerse mejor.

Rosé se sentía mucho más confiada y abierta hacia Lisa, la omega ya había escuchado su mayor secreto, no había nada que fuera peor, así que no se contuvo en contarle otras cosas.

Lisa, por su parte, tampoco se había quedado atrás con sus anécdotas más personales.

Le había contado a Rosé que, para el resto de la familia Manoban, ella era una decepción, casi un error.

Haber nacido y haberse presentado como omega era su gran error.

Su familia no la aceptaba, no la trataban mal, pero sí de forma distante, y no la consentían tanto como a sus hermanas, quienes tampoco eran malas con ella, sino era más bien su madrastra (también alfa), quien presumía todos sus logros por ellas, y nunca se ahorraba la frase de "por ser una alfa exitosa".

Y ella sólo era una omega.

Por eso pasaba todo el tiempo con su abuelita, madre de su madre biológica, quién tenía su casa en el mismo terreno que su familia, aunque bastante alejado de aquella mansión por el amplio patio trasero, en una parte con más árboles, plantas y pasto descuidado.

Su abuelita era la persona más dulce del mundo, y Rosé pensó que debía ser de ella de donde Lisa había heredado toda esa misma dulzura.

Ella le había enseñado un montón de cosas de la naturaleza, además de cosas de cocina y cómo tejer, bordar o coser, alegando que eran cosas que "toda buena omega debía saber".

Lisa no había ido a la escuela, siempre fue educada en casa por una chica beta, quien amaba tanto a su abuelita como ella, ya que siempre estudiaban en la casa de la mujer mayor.

—Mi abuelita es la única persona que extraño, y me preocupa que esté mal por mí —dijo la omega—, aunque ella sabía que iba tras mi alfa, así que debe saber que estoy bien —sonrió de lado, mirando a Rosé.

La rubia no supo bien qué decir ante eso, así que sólo se quedó callada.

—Ella me enseñó el secreto de ser cambiaformas —añadió, bajando la cabeza hacia sus manos.

La más alta la miró con curiosidad y atención.

—No es genético, como dicen mis padres o las otras personas... Cambiar a tu forma animal implica una conexión con tu loba interior tan fuerte que son una misma, ambas funcionan al mismo tiempo y al cambiar de forma sólo... Dejas salir la imagen de tu loba al exterior. Es algo que se fue perdiendo de a poco, cada vez las personas son más humanos e ignoran sus instintos, dejan de lado a su lobo porque se considera primitivo. Además, la falta de contacto con la naturaleza, el ser tan dependiente de la tecnología hace que nos apartemos de nuestra parte animal.

Rosé estaba un poco sorprendida.

Vio el mohín en el labio de Lisa.

—Por eso no importa qué tan alfa sea quién me ate —continuó, su expresión era casi melancólica—. Mis hijos saldrán tan normales y tan idiotas como los que quieren emparejarme si los crían como a los demás.

Rosé asintió en silencio, no fue necesario preguntarle para saber que Lisa había intentado decirle eso mismo a sus padres, pero no la habrían escuchado.

Con el hecho de tratarla de menos por ser omega, sabía qué clase de personas serían.

—¿Tu abuelita también es una cambiaformas?

Lisa lo pensó un momento

—Sí, pero desde que el abuelito la dejó no pudo volver a cambiar. Creo que a su loba le pasa algo parecido a lo que le ocurre a la tuya, siente miedo y vergüenza de salir al exterior.

Delta | ChaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora