Hago el listado de cosas queno hice por ti

319 16 0
                                    

Te gustaba deambular por los mercadillos, por las ferias, ese tipo de cosas, pero bastan realmente los dedos de una mano para contar las ocasiones en que te acompañé, y sólo después de que me lo rogases mil veces, de la promesa de un regalo o el permiso para hacer algo o ir a algún sitio con mis amigos. Casi siempre acababas yendo sola o te acompañaba alguien que daba señales de vida en el último momento. Justo semanas antes de morir, me pediste que fuéramos a dar una vuelta al mercado para comprarte una bata más ligera, pese a que el médico se había opuesto. La abuela, que te conocía, se alarmó enseguida, y yo también. Tus ojos se velaron de tristeza, pero hiciste caso al

médico y eso nos tranquilizó. De nuevo habías hecho algo por nosotras. Hoy reconozco mi error. Debería haberte cargado a mi espalda y haberte llevado a

donde querías a toda costa.

En ocasiones me preguntabas si podías acompañarme a la piscina, a pesar de que apenas sabías nadar. Cuando no te respondía con una seca negativa,

encontraba mil excusas para ir sola. La verdad era que no quería que me vieran

contigo. Jamás te enfadaste, sé que te entristecía, pero aun así nunca insististe,

nunca. Cuando me lo proponía, sabía ser dura y arrogante. Ni siquiera sé de qué pretendía defenderme comportándome así, de qué me avergonzaba. Cuando llovía, ibas a recogerme, pero no entrabas. Si he de ser franca, temía que te pusieras a charlar con cualquiera y me hicieras quedar en ridículo con los chicos del curso de natación, o que te lanzaras a nadar como ciertas señoras regordetas. Me negaba a que te viesen conmigo y que dijesen que eras una mujer abandonada por su hombre, no quería que hablaran mal ni de ti ni de mí. Pero al mismo tiempo sabía que cualquiera que hubiese hablado contigo me habría dicho después que tenía una madre simpática e incluso guapa. Cuando me preguntabas cómo te sentaba el traje de baño, siempre te respondía con aire altanero que bien, nunca que estabas guapísima, como si el cumplido fuese irrelevante, como si me importase un comino. Y no era cierto, claro que no, porque el traje de baño te quedaba como un guante, te marcaba las curvas justas en los lugares justos.

A veces, mientras nado, pienso que estás ahí y me miras, lista para alzar un brazo y saludarme cuando al llegar al final de la piscina me vuelvo hacia el graderío y te busco. Imagino que me sonríes y me dices: «Aquí está tu madre.» Te veo enfundada en tu trenca oscura. Daría lo que fuese para que todos pudiesen verte ahora, pero sólo yo te veo.

Mencionar a mi padre estaba totalmente prohibido, la regla la había impuesto yo. La única vez que lo intentaste te ataqué con dureza. Me habías dicho que, después de que te abandonase, te habías negado a que se ocupase de nosotras,

incluso a que nos enviase dinero ocasionalmente. No vivía en la misma ciudad que nosotras. Me habrías explicado que él habría mandado algo, pero que

jamás habría accedido a venir a conocerme, porque nunca había querido

una hija. Debido a ese rechazo, te acusé de haber pensado sólo en ti, en tu orgullo herido, y no en mí. Eras la única culpable de que él no hubiese vuelto a dar señales de vida, de nuevo te habías comportado a tu manera, sin pensártelo dos veces, sin calcular las consecuencias, sobre todo para

mí, y ésa fue la mentira en la que siempre quise creer en lugar de considerar que mi padre había desaparecido de nuestras vidas porque su hija le importaba un comino. Desde entonces no volvimos a tocar el tema y al final ni siquiera quise ver su foto, o saber dónde vivía, y me negué en todo momento a escuchar tus razones. En realidad, sabía de sobra que había sido lo mejor, que me habías evitado un tiempo de esperas, ausencias y rabias desgarradoras.

Que habías permitido que me hiriese una sola vez, pero nunca más. Que lo habías hecho por mí. Lo comprendí mucho más tarde y jamás te lo dije.

La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*Where stories live. Discover now